Providencialismo responsable


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“No os preocupéis, por consiguiente, diciendo: ¿Qué tendremos para comer? ¿Qué tendremos para beber? ¿Qué tendremos para vestirnos?  Porque todas estas cosas las codician los paganos. Vuestro Padre celestial ya sabe que tenéis necesidad de todo eso. Buscad, pues, primero el reino de Dios y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura” (Mt 6, 31-33)



Dios no solo está atento a nuestras necesidades, sino que las conoce incluso mejor que nosotros, y se ocupa paternalmente de ellas. Precisamente saber que todo está en sus manos es tener confianza en su Divina Providencia. Y esto es algo que debiera ser aplicable a todas las esferas de la vida, incluida la económica.

Pero ese “Dios proveerá”, que supone un abandono confiado, no puede convertirse en irresponsabilidad o dejación. Cualquier hijo sabe que la confianza que tiene en su padre no es equivalente a una actitud pasiva que, muchas veces, más se parece a la pereza que a la esperanza.

Distinguir confianza en la Providencia de dejación de funciones es clave para un buen cristiano. Dios nos da la capacidad de actuar y nos acompaña en ese actuar, pero eso obliga al hombre a poner a disposición de Dios todos los medios que estén a nuestro alcance. Como bien nos enseña la parábola de los talentos, Dios espera de nosotros una proactividad respecto de los dones que, en su infinita bondad, nos va regalando.

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Y si esta proactividad confiada se espera del cristiano, más se busca en el ecónomo. Todo lo que esté relacionado con la actividad económica, lo lógico es que siga unos criterios económicos, siempre orientados por el carisma y la misión de la congregación. Una reforma, un aula nueva, un comedor, una pista deportiva, la adquisición de un solar, cualquier decisión que tomemos para poner en marcha un nuevo proyecto debe seguir unos criterios que son comunes a cualquier empresa, familia o congregación.

Por eso, antes de ejecutarlo, es muy importante disponer de conocimientos suficientes sobre el sistema financiero o recurrir a profesionales externos, sobre todo cuando la situación económica o administrativa sea compleja; algo a lo que ya hemos hecho referencia en alguna ocasión en estos talleres. También es indispensable realizar una valoración de los recursos disponibles y una correcta planificación: objetivos, tareas, plazos, saber si la cartera puede cubrir las necesidades, un calendario que permita hacer frente al proyecto sin tener que realizar ventas precipitadas o sin emplear toda la liquidez habiendo otras alternativas, etc.

Todos los ecónomos de las congregaciones con las que trabajamos coinciden con nosotros en señalar la planificación como la piedra angular del éxito. Lógicamente, también es imprescindible un presupuesto y un control sobre lo planificado para evitar desviaciones.

No hay que tener miedo al dinero

Esto no significa que haya que renunciar a proyectos que generen perdidas. El papa Francisco hacía referencia a ello en el en el segundo Simposio internacional sobre la gestión económica de los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica; lo llamaba “escuchar el susurro de Dios y el grito de los pobres”.

“En algunos casos, el discernimiento podrá sugerir mantener en vida una obra viva que produce pérdidas –teniendo cuidado de que no se generen por la incapacidad o la incompetencia– sino que devuelva la dignidad a personas víctimas del descarte, débiles y frágiles; a los recién nacidos, los pobres, los enfermos ancianos, los discapacitados graves”.

Al dinero no hay que tenerle miedo. Los bienes y la vida espiritual no residen en universos paralelos, son parte integrante y necesaria para que la obra de Dios transcurra de forma plena. La Divina Providencia siempre va a estar ahí. San José Benito Cottolengo decía que “el banco de la divina Providencia no conoce la bancarrota”. Pero para que la Providencia actúe, es necesario hacer un esfuerzo para seguir el camino correcto. Nuestro trabajo consiste en acompañarte a lo largo de todo el camino, o en parte de él. ¿Nos dejas acompañarte?

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