Cuando en nuestras parroquias, llegado el momento de la oración de los fieles se pide por las vocaciones, se centra exclusivamente en rogar para que haya más ordenados, pero nunca más laicos y laicas que ejerzan su misión en la Iglesia y en el mundo.
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Esta situación refleja cómo hemos reducido la experiencia de vocación, olvidando que también las y los laicos recibimos la llamada de Dios (‘vocatio’), escuchamos lo que quiere de nosotros, lo acogemos y lo concretamos en un compromiso al servicio de la construcción del Reino.
Es el Espíritu que actúa y él no hace distinciones, se manifiesta de múltiples formas, por lo que la respuesta es igual de plural. Cada persona según lo que le ha inspirado. Así se puede comprender la diversidad de compromisos, puesto que lo esencial reside en que la vocación se concrete en una tarea que construya.
Nuestros compromisos
El compromiso debe estar a la medida de nuestra vocación. No que se ajuste a nuestra comodidad y conveniencia, sino que sea expresión de amor.
El compromiso es acción de gracias. No damos el tiempo y las capacidades que nos sobran, sino que nos donamos, compartimos nuestra vida con las personas, partimos el pan esperando que acepten comerlo con nosotros y nosotras. No existe compromiso adecuado o inadecuado, más importante o menos importante. La medida es el amor, si amamos como Él nos amó.
El compromiso es contemplación. Mirar la realidad con los ojos de Dios, buscarle con ahínco allí donde ya está, reconocerle en el rostro de quien vive el paro, la pobreza, el desahucio, la soledad, el abandono de las instituciones, de a quien se les arrebata sus derechos, sus sueños y su dignidad, de quien se ve obligado a migrar, de quien sufre abusos, violencia y explotación de cualquier tipo. Encontrarnos con los “impuros” para esta sociedad como Jesús hizo. Él siempre se movió por las periferias.
El compromiso es espiritualidad. Oración actualizada en la vida cotidiana, búsqueda y atención a su imperceptible movimiento. Nuestro día a día muestra signos que necesitan ser descifrados a la luz de la vida de Jesús.
El compromiso es política, acción transformadora que no busca el éxito fácil, ni quiere cubrir el expediente, que se desvive por calmar la sed y hambre de pan, pero también de justicia, que no ceja en el empeño de descubrir las causas que provocan tanto sufrimiento e inequidad, para denunciarlas y visibilizarlas. Incide en la sociedad, por eso es político, no se esconde, por eso es público. Así damos forma a la profecía de Isaías y su año de gracia: que a los parados se les devuelva su empleo, a los desahuciados sus casas, al precariado su vida; y a las mujeres, inmigrantes, ancianos, niños…, su dignidad.
El compromiso es fiesta, mesa compartida con quienes son tratados injustamente por una economía que mata, que no para de generar desigualdades, pobreza y división.
Así como las vocaciones no son comparables, tampoco los compromisos. No tiene más relevancia quien se siente llamado a estar en un partido político que quien decide participar de su Cáritas parroquial. Ni es más eclesial dar catequesis que militar en un sindicato. La mediación, siendo importante, no designa el adjetivo de nuestra tarea, sino el camino de comunión que transitamos hacia ese “cielo y tierra nuevas donde habite la justicia”.
Lo que tenemos que preguntarnos es que si Noé construyó el arca, nosotros ¿qué estamos construyendo? Y ¿para quién?