El día 9 de febrero, el nuevo Tribunal Constitucional decidió desestimar de forma íntegra el recurso de inconstitucionalidad que el Partido Popular presentó –hace doce años y medio– por la actual ley del aborto, proveniente del Gobierno de Rodríguez Zapatero. Las reacciones no se hicieron esperar, escuchando en algunas de ellas, por ejemplo, que el aborto es un “derecho de las mujeres” (Patxi López).
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El único texto del Antiguo Testamento que se refiere al aborto es Ex 21,22-25: “Cuando, en una pelea entre hombres, uno golpee a una mujer encinta, provocándole el aborto, pero sin causarle otras lesiones, el culpable deberá pagar una multa con arreglo a lo que le pida el marido de la mujer y determinen los jueces. Pero, si hay lesiones, pagarás vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, cardenal por cardenal”. Aunque no se trate del aborto conforme hoy lo conocemos, en el texto sí se valora el fruto del vientre de la mujer, puesto que se considera un mal que comporta –al menos– una multa.
Regular el aborto
El judaísmo helenista –que leía la Biblia en griego– interpretó que el aborto era algo repugnante. En esa misma línea, la Iglesia condenó desde el principio el aborto, uniéndolo al infanticidio. Así, en la “Didajé’ –un texto quizá de comienzos del siglo II– leemos: “No matarás por medio del aborto el fruto del seno y no harás morir al niño ya nacido” (2,2). También la ‘Epístola de Bernabé’ –aproximadamente del 130 d. C.– dice: “No matarás a un niño por aborto. No matarás a los que ya se han formado” (19,5).
Y Tertuliano (160-220 d. C., aproximadamente) dice en su ‘Apología’: “A nosotros [los cristianos], una vez que el homicidio nos está prohibido, tampoco nos es lícito matar al infante concebido en el seno materno, cuando todavía la sangre va pasando al ser humano desde la madre. Es un homicidio anticipado impedir el nacer, sin que importe que se quite la vida después de nacer o que se destruya al que nace. Hombre es también el que ha de serlo, así como todo el fruto está ya en la simiente” (9,8). “Con el aborto y el abandono [de niños] se produce una clara separación entre la práctica de los cristianos y la habitual en el mundo grecorromano” (Carolyn Osiek).
Hoy la ciencia tiene claro que el feto no es una excrecencia de la mujer, un simple acúmulo de células, sino un ser genéticamente distinto del padre y de la madre. Y, aunque haya que regular el aborto –más bien por la vía de la despenalización–, lo cierto es que es un disparate declararlo un derecho.