Tiempo atrás se pudo ver una serie de tres anuncios televisivos de una entidad bancaria en la que se pretendía transmitir la idea de que ese banco era distinto, no como los demás. Por eso, los mencionados anuncios acababan diciendo: “El banco no banco”.
Para hacer que la idea fuera cuajando, a modo de ejemplo, y antes de llegar al desenlace deseado, en uno de esos anuncios se iban mostrando una serie de realidades, como unas personas viendo una serie de televisión a la carta, gente en una manifestación con una pancarta con la paloma de la paz, un hombre y una mujer contemplando en una vitrina –como si fuera una obra de arte– un cubo de plástico con un tubo fluorescente dentro o a Iggy Pop en plena actuación. Cada una de estas cuatro secuencias iba acompañada, respectivamente, por las siguientes frases (sobreimpresionadas y locutadas): “El cine no cine”, “el grito no grito”, “el arte no arte”, “el viejo no viejo”.
Una quinta realidad presentaba parte de la grada de un estadio de fútbol animando fervorosamente a su equipo. En este caso, la frase que acompañaba a las imágenes era: “El templo no templo”.
Pareciera que los creativos de la agencia publicitaria Sra. Rushmore, responsable de la campaña, hubieran leído a los sociólogos de la religión, que desde hace años vienen hablando de las “manifestaciones salvajes de lo sagrado”: aunque lo parezca, lo sagrado –lo religioso– no desaparece de la sociedad, sino que permanece, abriéndose camino –en ocasiones bajo formas que nos pueden resultar ciertamente extrañas– cuando sus cauces “oficiales” parecen cegados (por las razones que sean).
¿Considerarían los israelitas como una “manifestación religiosa de lo sagrado”, por ejemplo, las siguientes palabras del profeta Isaías: “Este es el ayuno que yo quiero: soltar las cadenas injustas, desatar las correas del yugo, liberar a los oprimidos, quebrar todos los yugos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves desnudo y no desentenderte de los tuyos” (Is 58,6-7)?