Estos días de atrás llegó una noticia que no por tremenda dejaba de ser esperada, en un momento u otro: mediante un decreto, los talibanes han prohibido en Afganistán el sonido de la voz de la mujer en público. Asimismo, el decreto también prohíbe la ausencia de barba –o una barba demasiado corta– en los varones, así como la amistad con un infiel, es decir, con un no musulmán. El ministerio para la Propagación de la Virtud y la Prevención del Vicio será el encargado de velar por la aplicación de esa descabellada ley.
- WHATSAPP: Sigue nuestro canal para recibir gratis la mejor información
- El Podcast de Vida Nueva: el tráfico y la trata como riesgo de los vulnerables
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
Sin llegar a estos demenciales extremos, en la Escritura encontramos algunas “perlas” como esta: “Que la mujer aprenda sosegadamente y con toda sumisión. No consiento que la mujer enseñe ni que domine sobre el varón, sino que permanezca sosegada” (1 Tim 2,11-12). Un texto semejante encontramos en 1 Cor 14,34-35: “Como en todas las Iglesias de los santos, que las mujeres callen en las asambleas, pues no les está permitido hablar; más bien, que se sometan, como dice incluso la Ley. Pero, si quieren aprender algo, que pregunten en casa a sus maridos, pues es indecoroso que las mujeres hablen en la asamblea”.
Con la cabeza descubierta
Este último texto, según la mayoría de los estudiosos, es una interpolación posterior, precisamente siguiendo la estela de las Cartas Pastorales, como la citada primera carta a Timoteo. Si no fuera así, lo que habría que explicar entonces es el texto de 1 Cor 11,4-5: “Todo varón que ora o profetiza con algo sobre la cabeza deshonra su cabeza; y toda mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta deshonra su cabeza”.
Si se habla de orar o profetizar, es evidente que entonces la mujer –en esta Iglesia paulina de Corinto– sí podía hablar en público. Es verdad que el Apóstol señala la costumbre de que las mujeres lleven la cabeza cubierta, pero probablemente se trata de una reminiscencia cultural de sus orígenes judíos, donde la vestidura modesta de la mujer –que incluía cubrir sus cabellos en público– era un valor muy apreciado.
Las Iglesias de los orígenes
Los especialistas consideran que las Iglesias de los orígenes –al menos algunas de ellas– pasaron por una época de “institucionalización” que les llevó a asumir los valores imperantes y a defenderse de ciertas críticas que les presentaban como un peligro para el orden social. Solo teniendo en cuenta este contexto cultural y social se puede entender –que no justificar– lo que se dice de las mujeres en los textos citados. Desde luego, muy poco o nada que ver con lo de los talibanes, que Dios confunda.