Puertas al mar


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Invernaderos y más invernaderos, caminos de tierra y desechos, asentamientos invadidos de miseria, a pesar del esfuerzo de los que lo habitan. Y personas jóvenes buscando una salida. La mayoría de ellos han llegado en pateras. Voy con Daniel, habla con unos y con otros, todos sonríen cuando le ven y gritan desde lejos: “¡Eh, Dani!”, y se acercan. “Es mi amigo”, me presenta. Ir con un amigo, observar y escuchar es la mejor manera de hundirse en la realidad. Por eso, quizás el Señor nos envió de dos en dos, también para testificar. Aunque vea la realidad desde mi propio contexto, al ponerlo en común me ayuda a crecer. Miro cómo se acercan animados y conversan porque tienen confianza y se sienten acogidos. Se trata de empatía por ambas partes.



Más allá del asentamiento hay un renovado cortijo en medio del mar de plásticos. Es un oasis de fraternidad entre tanto desierto. Es más que cuatro paredes que les cobijen del implacable sol o de la inclemente soledad. Pues lo peor de todo es encontrarte en un país extraño, sin su pueblo y sus tradiciones, sin su familia y sus amigos, sin su lengua, la única que permanece para dirigirse a Dios.

Pero siempre baja más de un samaritano que mira, se conmueve, se acerca y cura las heridas, que son tantas, después de un inmenso y desolado trayecto. Se llama ‘Casa Arrupe’; no es tan solo un edificio, son personas que conviven: Dani, Joaqui y Seve, que son jesuitas, y los técnicos, los voluntarios… la vida consagrada y la posibilidad de 85 plazas para sacar de los míseros cobijos a algunos de los migrantes que llegan a nuestras playas. Son puertas abiertas de acogida. “Y el samaritano le llevó a una posada y cuidó de él”.

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Toda esta experiencia tiene que ver con la dignidad de la persona, tanto el que da como el que recibe, aunque, mirando en profundidad, todos dan. El samaritano se acercó porque era una persona que tenía dignidad, que excede toda ley, que supera todo prejuicio, que sobrepasa cualquier miedo, que pone en juego nuestras sensibilidades y nuestros razonamientos. La dignidad es igualdad, empatía y compasión (y esta es la esencia del corazón de nuestro Dios, hecho ternura).

Aceptar al distinto

En el mismo momento en que te haces prójimo, que es aproximarse, comienza a empujar el Espíritu. Cuanto más andemos por los senderos del Evangelio y más conozcamos a Cristo, seremos más abiertos, miraremos menos nuestros intereses, más grande será nuestro corazón y aceptaremos más al que es distinto, mucho más. Será para nosotros el hermano al que yo me aproximo para poder recorrer juntos caminos de esperanza. ¡Ánimo y adelante!

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