Con la Constitución Apostólica Praedicate evangelium (Predicar el Evangelio) el Papa Francisco pone en marcha la tan esperada reforma de la Curia romana. Su publicación en italiano, el pasado 19 de marzo, coincidió con el noveno aniversario del inicio de su pontificado. A partir de este 5 de junio, Solemnidad de Pentecostés, “surge pleno efecto” la nueva Constitución Apostólica.
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Se trata, sin duda, de uno de los documentos más esperados del Magisterio de Francisco, ‘cocinado a fuego lento’ durante casi una década, en el que se explicita el pensamiento reformador del Papa y del consejo de cardenales que nombró para colaborarle en tan delicada misión, tras innumerables consultas —incluso al interior de la propia Curia—, discernimientos y aportes de expertos y canonistas.
Durante las Congregaciones Generales previas al cónclave de 2013, fue el propio cardenal Jorge Mario Bergoglio quien alentó a la Iglesia a dar pasos firmes hacia un proceso de reestructuración de fondo que la sacara de la comodidad y del anquilosamiento en la forma de encarar su misión en el mundo de hoy, para ponerse “en salida” hacia las periferias geográficas y humanas. Su invitación a un examen de conciencia sincero, autocrítico, desmarcándose de la “autorreferencialidad”, tuvo mayor eco cuando, una vez elegido 266.º sucesor de Pedro —y el primer Papa latinoamericano—, asumió el nombre de Francisco, como el poverello de Asís que, en su tiempo, asumió una opción radical por los más pobres y el imperativo de ‘restaurar’ la Iglesia para que fuera más fiel al Evangelio.
El sentido de la reforma
“La reforma no es un fin en sí misma, sino un medio para dar un fuerte testimonio cristiano, para favorecer una evangelización más eficaz”, advierte el Papa en el preámbulo de Praedicate evangelium, reafirmando que se trata de una reforma “deseada vivamente”, que busca “perfeccionar aún más la identidad de la Curia romana” en la manera como ayuda al Pontífice “en el ejercicio de su suprema función pastoral, para el bien y el servicio de la Iglesia universal y de las Iglesias particulares”.
Se ratifica, de entrada, que el sentido del poder en la Iglesia reside en su capacidad de servicio. Por eso, “la reforma de la Curia romana se sitúa en el contexto de la naturaleza misionera de la Iglesia”, con la promesa de “armonizar mejor el ejercicio diario del servicio de la Curia con el camino de evangelización que la Iglesia, sobre todo en este tiempo, está viviendo”.
Si bien no resulta extraño que en estos tiempos las organizaciones opten por estructuras menos pesadas y más funcionales, para garantizar el mejor desempeño posible y la optimización de sus recursos, este tipo de reingeniería no es usual en una institución bimilenaria como la Iglesia católica, que desde el siglo XVI solamente ha reorganizado sus instancias de gobierno en cinco oportunidades, la más reciente hace 34 años, bajo el pontificado de san Juan Pablo II, quien publicó la Constitución Apostólica Pastor Bonus el 28 de junio de 1988 —ahora abrogada y sustituida por Praedicate evangelium—.
Cinco grandes cambios
La reforma de la Curia suscrita por Francisco se rige por doce principios y criterios que apuntan a una ‘sana descentralización’ con relación a la organización de la Iglesia en cada uno de los países y en apoyo a las Iglesias particulares, al tiempo que se acentúa el reconocimiento de las diversas vocaciones —no solo la de los clérigos— para asumir posiciones de liderazgo al interior de la nueva estructura.
Las 11 secciones y los 250 artículos que dan forma al texto, permiten inferir al menos cinco grandes cambios estructurales como novedad.
1. Una estructura más ligera y eficiente
Se destaca la necesidad de generar mayores sinergias y colaboración entre los Dicasterios de la Santa Sede, reduciendo su número a fin de “racionalizar sus funciones con el objetivo de evitar superposiciones de competencias y hacer más eficaz su trabajo”.
En este sentido, la fusión del Consejo Pontificio para la Cultura y de la Congregación para la Educación Católica, da paso al Dicasterio para la Cultura y la Educación, mientras que la Congregación para la Evangelización de los Pueblos y el Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización se fusionan en el Dicasterio para la Evangelización —una especie de ‘gran Dicasterio’— que será presidido directamente por el Papa.
Por otra parte, la norma transitoria señala que “son suspendidos los organismos de la Curia que no están indicados en ella o no están previstos ni reorganizados en la presente constitución”.
2. Cualquier fiel podrá liderar un dicasterio
Una de las novedades más significativas —y quizá la que más ha sorprendido— ha sido la decisión de que “cualquier fiel puede presidir un dicasterio o un organismo teniendo en cuenta su particular competencia, potestad de gobierno y función de estos últimos”. En la práctica, la reforma reconoce la ‘mayoría de edad’ de los bautizados, desde la riqueza de sus carismas y vocaciones —sean laicos o laicas, religiosos o religiosas, presbíteros u obispos— que por su “integridad personal y profesionalismo”, podrían cumplir un papel decisivo en la misión de la Iglesia.
La cura a la enfermedad del clericalismo, tantas veces denunciada por el Papa Francisco, podría venir de la mano de estas nuevas disposiciones en la que un seglar, hombre o mujer, podría ser nombrado prefecto o prefecta, secretario o secretaria, de los organismos que componen la Curia romana, en sintonía con el camino labrado por el mismo Bergoglio, quien ya ha nombrado a varias mujeres en puestos de importancia en la Secretaría de Estado, la Secretaría del Sínodo, el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral y en el gobierno del Estado de la Ciudad del Vaticano.
En la opinión del cardenal hondureño Óscar Rodríguez Maradiaga, quien ha sido el coordinador del consejo de cardenales y uno de los hombres más cercanos al Papa en el camino de la reforma de la Iglesia, “tenemos delante un campo enorme en el que los laicos van a decir mucho, como en las cuestiones éticas y teológicas. Su responsabilidad nace del bautismo; no solo deben acceder a cargos de poder los ministros ordenados”.
3. Los pobres como prioridad
Otro cambio en la organización de la Curia romana tiene que ver con la creación del Dicasterio para el Servicio de la Caridad, también llamado ‘limosna apostólica’, que “es una expresión especial de la misericordia y, a partir de la opción por los pobres, los vulnerables y los excluidos, realiza la obra de asistencia y ayuda hacia ellos en nombre del Romano Pontífice”.
Esta sensibilidad por los más necesitados ha sido la impronta del pontificado de Francisco, al animar a los creyentes a practicar la caridad y la misericordia con los empobrecidos y “descartados” de la sociedad. Ha sido el Papa Francisco quien en un gesto sin precedentes en la historia de la Iglesia, instauró en 2017 la Jornada Mundial de los Pobres que desde entonces se celebra cada año en todas las parroquias y diócesis del mundo, en el mes de noviembre.
Antes las calamidades y sufrimientos que padece la humanidad, el Obispo de Roma ha puesto a la Iglesia en ‘primera línea’, con acciones concretas para aliviar el dolor, como si se tratara de un ‘hospital de campaña’ para sanar las enfermedades del mundo. Así lo hizo en su primer viaje fuera de Roma, cuando salió al encuentro de los migrantes en Lampedusa, en el Mediterráneo. Así lo ha hecho en cada viaje apostólico y en cada gesto solidario con los que irrumpe la cotidianidad. Así continúa haciéndolo ante la guerra en Ucrania, enviando al limosnero apostólico, el cardenal Konrad Krajewski, a llevar “el abrazo del Papa” a los que sufren el rigor de la violencia.
4. Más iniciativas para la protección de menores
En términos de protección de menores, se instituye dentro del Dicasterio para la Doctrina de la Fe la Pontifica Comisión para la Protección de los Menores, con la tarea de “asesorar y aconsejar al Romano Pontífice y también proponer las iniciativas más adecuadas para la protección de los menores y de las personas vulnerables”.
El desarrollo de estrategias y procedimientos apropiados, a través de directrices encaminadas a proteger de abusos sexuales a menores y personas vulnerables, será una prioridad para esta Comisión que, además, deberá “dar una respuesta adecuada” a estas conductas por parte del clero y de los miembros de comunidades religiosas, “según las normas canónicas y teniendo en cuenta las exigencias del derecho civil”. De este modo, la reforma de la Curia refrenda la posición de Francisco de ‘tolerancia cero’ ante casos de abusos contra menores por parte de miembros de la Iglesia, desde una perspectiva más preventiva que reactiva.
5. Freno al ‘carrerismo’ en la Iglesia
Una de las patologías que afecta a los miembros de la Iglesia y, de modo particular, a quienes se ‘atornillan’ a los puestos de poder y decisión, es el ‘carrerismo’. “¡El carrerismo es una lepra!”, advirtió el Papa en su discurso a los miembros de la Academia Eclesiástica Pontificia en junio de 2013.
El artículo 17 de Praedicate Evangelium se refiere a la temporalidad que conlleva asumir un servicio de alta responsabilidad en los dicasterios y organismos de la Curia romana, al detallar que “son nombrados por el Romano Pontífice por un quinquenio”. Además, “por regla general, después de un quinquenio, los funcionarios clérigos y los miembros de institutos de vida consagrada y sociedades de vida apostólica que han prestado sus servicios, regresan al cuidado pastoral de sus diócesis, institutos o sociedades a las que pertenecen”, aunque si los superiores de la Curia romana lo consideran oportuno, “el servicio puede ser prorrogado por un nuevo periodo de cinco años”.
De este modo, se pone freno al ‘carrerismo’ —o al menos eso se espera— y a la tentación de ‘eternizarse’ en instancias de servicio que bien podrán nutrirse de capacidades y talentos provenientes de diversas culturas y latitudes, expresando de modo más coherente la universalidad de la Iglesia.