¿Qué debemos hacer? (II): la “regla del metro y medio”


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Explicaba en la entrada anterior, ante la avalancha de malas noticias y peores realidades con que nos hemos desayunado a diario durante estos últimos cinco años, que se presentaba la tentación del escepticismo, el pesimismo y el desánimo. Día a día, en mis minutos de reflexión matutinos, después de escuchar las noticias en la radio, allá a las 6:30am, delante de un sencillo crucifijo de madera de enebro, me preguntaba qué podía y qué debía hacer en el día que comenzaba. Como persona, como ciudadano individual, como profesional. Pedía claridad, esperanza, ánimo.



Pensé que podía ser el mejor médico y la mejor persona posible e intentaría hacer el bien en el metro y medio que me rodease. No podía combatir la maldad sentida y padecida, al menos no de forma directa, pero podía hacer lo mejor en ese pequeño segmento espacio-temporal. Quizás les parezca algo ingenuo, pero no se me ocurrió nada más brillante o imaginativo.

Médico general

Cordialidad

Así que intento ser cordial, dentro de mi carácter, quizás tendente a la seriedad. Saludar a las personas con quienes me cruzo por los pasillos, a veces por la calle. Sé que los pacientes esperan y necesitan lo mejor de mí, también sus familiares, en ocasiones más necesitados de apoyo que los propios pacientes. En ese pequeño metro y medio que me rodea, intento dar todo lo que puedo.

A veces acierto, a veces me equivoco. Con la edad he aprendido a sobrellevar y disculpar mis defectos y limitaciones, mis muchas carencias. Día tras día, para antagonizar la desazón de las noticias apenas escuchadas, de las nuevas felonías perpetradas, planificadas o intuidas por quien tiene el poder en este país (aunque carezca por completo de autoridad), me he repetido: “Ángel, concéntrate en tu metro y medio”.

Acompañar en la vida y en la muerte

Y así he ido pasando este tiempo tan duro, consolando en las pérdidas, intentando apoyar en las dificultades de la vida, que, por lo general, las personas de buena voluntad soportan con entereza y sin echar la culpa a otros. Acompañando en la vida y en la muerte, forma natural de terminar la vida de los demás y la propia. Recen por los enfermos y por quienes les cuidamos.