El pasado 19 de noviembre se conoció la sentencia de uno de los juicios del llamado caso de los ERE de Andalucía, el mayor caso de corrupción de la moderna historia de España por volumen de dinero defraudado. Además, en este caso se añade el agravante de que ese dinero público desviado era el que estaba destinado inicialmente a la formación de los desempleados.
Resulta evidente que la Biblia, si se tuviera que pronunciar sobre el asunto, experimentaría la misma vergüenza y repugnancia que causa a toda persona de bien cualquier caso de corrupción, sea este de partidos políticos, sindicatos o cualquier otra institución (incluida, naturalmente, la Iglesia).
Serían muchos los textos bíblicos que se podrían esgrimir condenando la corrupción y el robo. Pero ahora vamos a traer a colación uno que no condena esa práctica, sino que, el revés, presenta justamente un caso de práctica honrada.
El contexto es el de la reforma del rey Josías. En el año 621 a. C. probablemente, se llevan a cabo unas obras en el templo de Jerusalén. Según el texto, fruto de esas obras saldrá a la luz el ‘libro de la Ley’, que los especialistas identifican con el actual libro del Deuteronomio (o al menos con su núcleo más primitivo). Pero antes del hallazgo, el rey envía al secretario Safán al Templo diciéndole: “Ve al sumo sacerdote, Jilquías, y que pese el dinero que está depositado en el templo del Señor, el que ha sido recogido entre el pueblo por los guardianes de la puerta. Que lo entreguen a los capataces encargados del templo del Señor y que lo destinen estos al pago de los que trabajan en reparar el templo del Señor: carpinteros, constructores y albañiles, así como a la compra de madera y piedra de cantería para la restauración del edificio. Pero que no se les pida cuentas del dinero que se les entrega, porque actúan con honestidad” (Dt 22,4-7).
Me imagino que habrá llamado la atención la última recomendación del rey a su secretario, precisamente porque hoy día resulta del todo inusual. Aunque quizá el texto pueda estar algo “edulcorado”, no habría que dejar de apuntar al ideal que se proclama en él.