Que Dios nos pille confinados


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Dice Carmen Rigalt que el Papa habla solo. Vamos, que no le hace caso nadie. Ni siquiera hay unanimidad entre los suyos. Esto no lo dice ella, pero también tendría razón. Aunque Francisco no es el único que perora solo. Basta ver a los políticos, que dicen que van al Congreso a escucharse y debatir. ¡Ja!



Hablan, sí, pero han puesto el diálogo en cuarentena y van solo a fajarse, a ver quién es capaz de hacer más variaciones sobre el y tú más sin que se note que no están a la altura y que solo buscan ganar tiempo para el descalabre que les aúpe sobre las ruinas.

No hundió Aznar el Prestige ni puso las mochilas en los trenes de Atocha. Y Zapatero no vio la crisis del 2008, pero no ideó las subprime. Y lo que menos se podía esperar Sánchez era pasar de exhumar a Franco a levantar morgues por todo el país, pero es lo que hay, se piensa. O donde las dan, las toman, que es otra variación.

Que “el comportamiento de los políticos” sea la cuarta preocupación de los españoles parece poco. Salvo si las otras son la pandemia, la crisis económica y el desempleo que se anuncia, también histórico.

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Del Prestige nos salvó la dignidad de los voluntarios que limpiaron el chapapote; del 11-M, una ciudadanía que hacía cola para donar sangre; del ladrillazo, los abuelos que sostuvieron los escombros de las familias; y de este virus, quienes lo han contenido. La gente corriente, vamos.

Como el Papa habla solo, ningún político ha oído su advertencia de que peor que el coronavirus “es el virus del egoísmo indiferente”. Si lo hubieran escuchado, sabrían que este Parlamento es hoy el mayor foco de contagio de esa infección, que deja los anticuerpos de la democracia bajo mínimos, a expensas del primero que diga tener un remedio. Escuchen. Están ahí. Esperando.

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