La curia
Tradicionalmente, la primera semana completa de cuaresma, la curia romana –con el Papa a la cabeza– tiene unos días de Ejercicios Espirituales. Con la llegada de Francisco se impuso la fórmula, extendida por todo el mundo, de ir a una casa de religiosas cerca de Roma para alejarse un poco de las distracciones de la rutina diaria. Esta fue una de las cosas que enterró la pandemia hasta que este año se volvieron a convocar de forma comunitaria en el Aula Pablo VI, frente a las acostumbradas meditaciones en una capilla del Palacio Apostólico.
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Así, con el papa Francisco conectado desde el hospital esta tanda comenzaba el pasado domingo, 9 de marzo, por la tarde con el flamante nuevo predicador de la Casa Pontificia, el fraile capuchino de 53 años Roberto Pasolini como animador. Poco antes de empezar, en una entrevista a los medios vaticanos, destacaba que la ausencia del Papa “será una palabra para nosotros”. El tema central elegido para los ejercicios ha sido “La esperanza de la vida eterna” ya que, explicó, el don de la vida “apunta a una eternidad de la que ya tenemos los presagios y los signos para poder captarla plenamente”.
Para el capuchino, “la promesa que Dios nos ha hecho al darnos la vida es que la muerte no será la última palabra, no habría felicidad ni esperanza posible para nosotros si no pudiéramos afrontar este obstáculo tan definitivo, tan grave, que es la interrupción de la vida”. Pasando a la metodología, presentaba sus meditaciones partiendo del catecismo, la teología y la tradición para pasar a las Escrituras.
Las meditaciones
En su primera reflexión, el día 9 de marzo por la tarde, destacó la indiferencia que los creyentes muestras a veces a esta verdad de fe, la “esperanza de una vida más allá de la muerte”. Y es que, destacó, la muerte no es “un fin, sino un paso a la vida eterna, en comunión con Cristo”, para adentrarse en la cuestión del juicio final y el “destino último del hombre”. Por ello invitó a la conversión, y “la verdadera purificación no consiste en llegar a ser perfectos, sino en aceptarnos plenamente a la luz del amor de Dios, superando la ilusión de que tenemos que ser ‘otros’ para merecer la salvación”; ya que “la muerte no es una derrota, sino el momento en que por fin veremos el rostro de Dios y descubriremos que el final… era sólo el principio”.
En las meditaciones del lunes, presentó la parábola del Juicio Final –que era el evangelio del día– en clave de “amor concreto” de tal manera que “la responsabilidad de los cristianos no es, pues, principalmente hacer el bien, sino permitir que otros lo hagan” como camino del Reino que “se manifestará plenamente, transformando la humanidad y el cosmos en ‘nuevos cielos y nueva tierra’”. Por la tarde, destacó la insistencia bíblica de que “la vida eterna ya ha comenzado” pero las personas somos “duras de corazón”. Y es que, lamentó, “el hombre, en lugar de acoger la vida como don, intenta controlarla, superando el límite impuesto por Dios”.
El martes, afrontó la “tensión entre la promesa de la vida eterna y la realidad de la muerte” con la imagen de la visión de los huesos secos de Ezequiel. Una llamada a la conversión y a una “muerte interna” para que el Espíritu de Dios pueda restaurar la vida auténtica. “La verdadera pregunta es: ¿queremos permanecer como huesos secos o dejarnos reanimar por la vida verdadera?”, concluía al final de charla de la mañana. Por la tarde, recalcó nuevamente que “el verdadero desafío de nuestro camino no consiste únicamente en atravesar la muerte, sino en reconocer que la vida eterna comienza ya aquí” si vivimos “de verdad, con confianza en Cristo y en su palabra” ya que “la vida eterna no es solo una recompensa futura, sino una realidad que ya podemos elegir, viviendo con libertad, esperanza y confianza en el Dios que nos llama a la plenitud”.
En las reflexiones del miércoles, explica la escena de Jesús con Nicodemo para hablar del bautismo y de que “el renacimiento se produce a través del agua y del Espíritu, no como un retorno biológico a la infancia, sino como una nueva apertura a la acción del Espíritu”. La tarde fue una contemplación de la cruz y del pecado porque “amar hasta el final significa aceptar el límite y transformarlo en oportunidad de entregarse sin reservas”.
Ya el jueves, con la escena del joven rico, destacó que “Jesús propone la eternidad como un don que hay que acoger, no como un bien que hay que conquistar” frente al apego de los bienes. Por la tarde, hablando del descanso eterno, propuso que “el verdadero descanso es la paz interior, que no se mide en logros, sino en la capacidad de acoger lo que la vida nos da”.
En la décima meditación, el predicador invitó a centrar el horizonte en lo eterno porque “Dios nos ha creado para la resurrección, y esto no es una utopía, sino la lógica natural de una existencia llamada a la plenitud” ya que “la aparente derrota del Crucificado es, en realidad, la revelación de un Padre que no renuncia a sus hijos”. Por ello apeló a una “transformación continua, semejante a la de una semilla que, al morir, genera nueva vida”. “No estamos destinados a la nada, sino a un futuro lleno de esperanza. Esta certeza lo cambia todo”, reclamó en sus conclusiones.
El tema
La esperanza y la vida eterna son temas propios de la cuaresma y mucho más en este Año Jubilar centrado en la esperanza. También el predicador ha destacado que es una de las verdades de fe recogidas en el credo adoptado en Nicea hace ahora 1.700 años. Ahora bien, el escuchar estas meditaciones con el trasfondo del sufrimiento del Papa en el hospital le han dado a la reflexión un horizonte especialmente profundo.
La liturgia es un continuo recordatorio de la dimensión escatológica de nuestra vida. La esperanza vivida en clave activa, como tanto ha insistido el Papa al presentar esta virtud teologal, parece más necesaria que nunca antes las incertidumbres y los miedos que circulan por el mundo. Es curioso que una predicación que podríamos considerar clásica y sin estridencias, subrayando algunas escenas bíblicas y unos pasajes del catecismo, puedan ofrecer algo de fe a este tiempo de la Iglesia, a la situación de Francisco y a las desesperanzas de nuestro tiempo.