Debo empezar reconociendo que no vi el espectáculo de inauguración de los Juegos Olímpicos de París. Pero hasta yo he terminado sabiendo de uno de los números que lo integraron, el que perpetraron unos ‘drag queens’ parodiando o haciendo un remedo del famoso cuadro de Leonardo da Vinci sobre la última cena de Jesús. Un número que, a día de hoy, nadie acierta a relacionar razonablemente con unos Juegos Olímpicos (apelar a la diversidad y la inclusión no deja de ser un verdadero sarcasmo).
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En todo caso, el espectáculo me ha recordado un pasaje de la Escritura. Y quizá no tanto por sus parecidos formales –un banquete que para muchos (y no necesariamente todos de extrema derecha, como a algunos les gusta decir) es, sencillamente, blasfemo–, sino por lo que significó para los judíos de un determinado momento histórico.
El texto es el siguiente: “El rey Baltasar ofreció un gran banquete a mil de sus nobles, y se puso a beber vino delante de los mil. Bajo el efecto del vino, Baltasar mandó traer los vasos de oro y plata que su padre Nabucodonosor había cogido en el templo de Jerusalén, para que bebieran en ellos el rey junto con sus nobles, sus mujeres y sus concubinas. Cuando trajeron los vasos de oro que habían cogido en el templo de Jerusalén, brindaron con ellos el rey y sus nobles, sus mujeres y sus concubinas. Y mientras bebían vino, alababan a sus dioses de oro y plata, de bronce y de hierro, de madera y de piedra” (Dn 5,1-4).
El libro de Daniel está escrito mucho después de la historia que se cuenta en este texto. En realidad, Daniel está escrito bajo el impacto de la dominación seléucida de Judá y Jerusalén de mediados del siglo ii a. C., cuando el rey Antíoco IV Epífanes mandó erigir una estatua de Zeus Olímpico (Baal Shamayim) en el templo de Jerusalén (entre otras medidas helenizantes: las “progresistas” del momento). Ciertamente, a los judíos que vivieron aquella situación no les quedó más remedio que contemplar en aquel lamentable espectáculo la “abominación de la desolación” (o ídolo abominable).
No sé si el número “olímpico” de los ‘drag queens’ franceses llegará al grado de “abominación de la desolación”, pero, si no lo hace, me parece que se le acerca bastante.