Jose Fernando Juan
Profesor del Colegio Amorós

¿Qué es la conversión y cuál es una buena noticia?


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Si por conversión se entiende sacrificio puro y duro, la Iglesia está llena de amargados sufridores que no saben qué hacer con su vida. Gente tóxica que contamina relaciones, que siempre pone el dedo en lo negativo, que no está conforme jamás con nada. Si esto es lo que se entiende por cristianismo, al menos yo no soy cristiano.



La conversión, en primer lugar, es una sana invitación a seguir adelante, incluso cuando las fuerzas no sean muchas. A no estancarse, a permanecer con dinamismo. ¿Quién la necesita? Todas las personas, el mundo entero. Es una llamada a ser agentes de perdón y reconciliación, a reparar el mundo, aunque sea con pobres fuerzas, a centrar el corazón en lo importante, a no temer ni huir del sacrificio y el sufrimiento, a solidarizarse con el género humano. Una llamada tan elevada, tan enormemente exigente que toda persona es incapaz de realizarla plenamente. Y, sin embargo, no deja de resonar. La conversión es la vuelta de uno mismo hacia la perfección de la humanidad. No del otro, sino de uno mismo. Quienes lo han vivido, lo saben: ser reclamado, sin ambages ni defensas, por el Bien Perfecto.

Llamados a la conversión

En este sentido, toda la humanidad se encuentra llamada a la conversión y no solo un grupo dentro de ella, los cristianos. Ahora bien, en nuestro caso, adquiere una significación especial y tiene Rostro concreto. Somos convocados fraternamente a la humanidad y divinidad de Jesús, el Galileo Resucitado. En él, por lo tanto, se debería poner la mirada estos días y poco en otras cosas. Es la buena noticia. No la entrega distante y lejana de una salvación y gracia que desciende desde las nubes en forma de limosna, sino la invitación a la proximidad, a la cercanía, al seguimiento y la conformación con Él. En esto está la posible conversión del cristiano y no en su cambio de actitudes, en un esfuerzo programado, en unas re-rutinas desencajadas.

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Limosna, oración y ayuno (evangélicamente en ese orden) son la presencia de Dios en nuestra vida. Mirémoslo desde el otro ángulo. No en lo que yo “debo” hacer sino en lo que Jesús ha vivido y en cómo, por lo tanto, Dios se muestra y da a la humanidad. El primero en compartir, el primero en orar, el primero en ayunar es Dios mismo. El primero que permanece en lo secreto, que da vida y protege, que aguarda el encuentro, que está en lo esencial. El primero, por tanto, que se hace pobre y comparte ayunos con quien sufre. El primero que dialoga de corazón a corazón con la humanidad de cada persona. El primero que sabe que esto es Vida y salvación: el Amor que se da.

Si al hablar de conversión no sentimos y notamos la precariedad de la persona concreta que camina y busca a Dios, quizá sea mejor no hablar demasiado en estos tiempos. Nadie puede llamar a la conversión a otros, sino aquel que realmente muestra que Dios le llamó a él primero a este estrecho camino y que, aquí precisamente y no en otra situación en el mundo, hay Vida y Vida en Abundancia, hay Alegría y Alegría en Plenitud, hay Amor y Amor a raudales.