¿Qué es la doctrina de la cancelación?


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Como se sabe, ahora se llama “cancelación” a lo que tradicionalmente se ha denominado ‘damnatio memoriae’, es decir, borrar de la memoria a un personaje, un acontecimiento, etc. Ya se sabe: de lo que no se habla, no existe. Y eso llega –si hablamos de representaciones– hasta la propia destrucción. Es conocido, por ejemplo, el “borrado” de algunas imágenes en época de Ramsés II, o la destrucción de los famosos Budas de Bamiyán por parte de los talibanes en 2001.



La semana pasada, la Generalidad de Cataluña llevó a cabo una ‘damnatio memoriae’ o “cancelación” en el salón de Sant Jordi del palacio del Gobierno catalán al retirar algunas pinturas –que databan de 1926-1927, la época de la dictadura de Primo de Rivera– demasiado “españolistas” para el gusto de los actuales gobernantes catalanes. Literalmente dijeron que constituían “un relato histórico de carácter integrista, autoritario y antidemocrático”, aunque las imágenes lo que representaban era el encuentro de los Reyes Católicos con Cristóbal Colón a su llegada a Barcelona tras su primer viaje a América, la batalla del Bruch o referencias a Lepanto y a las Navas de Tolosa.

La reforma de Josías

En la Escritura hay un episodio especialmente llamativo relativo a la “cancelación”, cuando el rey Josías llevó a cabo una “limpieza” de elementos considerados idolátricos que había en el Templo de Jerusalén y alrededores de la Ciudad Santa:

El rey ordenó a Jilquías, al segundo de los sacerdotes y a los guardias del umbral que sacaran del santuario del Señor todos los objetos fabricados para Baal, Aserá y todo el ejército de los cielos. Luego los quemó fuera de Jerusalén, en los yermos del Cedrón, y llevó sus cenizas a Betel […] Sacó la Aserá del templo del Señor fuera de Jerusalén, al torrente Cedrón, y la quemó allí, en el torrente Cedrón, reduciéndola a unas cenizas que esparció sobre las tumbas de los hijos del pueblo. Derribó igualmente las dependencias de los consagrados a la prostitución [sagrada], que estaban en el templo del Señor, donde las mujeres tejían velos para Aserá. E hizo venir a todos los sacerdotes de las ciudades de Judá y profanó los altozanos donde quemaban incienso, desde Gabá hasta Berseba. Derribó también los templetes de las puertas que estaban a la entrada de la puerta de Josué, gobernador de la ciudad, a la izquierda según se pasa la puerta de la ciudad. Con todo, los sacerdotes de los altozanos no podían acercarse al altar del Señor en Jerusalén, aunque sí comían los panes ácimos en medio de sus hermanos. Profanó el Tofet del valle de Ben Hinnón, para que nadie hiciera pasar por el fuego a su hijo o a su hija, en honor de Mólec. Suprimió los caballos que los reyes de Judá habían dedicado al Sol, a la entrada del templo del Señor, cerca de la cámara del eunuco Netán Mélec que estaba en las dependencias, y quemó el carro del Sol. El rey derribó los altares que construyeron los reyes de Judá sobre el terrado de la cámara superior de Ajaz y los altares de Manasés que se hallaban en los dos patios del templo del Señor, los destruyó allí mismo y arrojó sus cenizas al torrente Cedrón. El rey profanó también los altozanos que estaban frente a Jerusalén, al sur del monte de los Olivos, los que Salomón, rey de Israel, había erigido a Astarté, monstruo abominable de los sidonios; profanó igualmente a Camós, monstruo abominable de Moab, y a Milcón, abominación de los amonitas. Luego rompió las estelas, cortó los cipos sagrados y llenó sus emplazamientos de huesos humanos” (2 Re 23,4-14).

Desde el poder siempre existe la tentación de dictar cuál ha de ser el canon de la memoria o de la fe. Pero estoy convencido de que también los ciudadanos o los fieles siempre debemos ejercer una razonable “hermenéutica de la sospecha” ante actos de ese estilo.