El último día de febrero, cuando estoy escribiendo estas líneas, se puede ver en algunos lugares el precioso espectáculo de los almendros en flor. Claro que, como suele ocurrir en este mundo en que vivimos, esto no ha sido plenamente real hasta que no lo ha dicho la televisión: un reportaje en los informativos sobre los almendros de Fermoselle, una hermosa –nunca mejor dicho– localidad zamorana.
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En cualquier caso, tanto la botánica como la experiencia nos dicen que el almendro se cuaja de flores blancas o rosadas a finales del invierno, convirtiéndolo así en un anunciador seguro de la inminente primavera. Por eso, el profeta Jeremías, en la primera visión de su libro, dice: “El Señor volvió a dirigirme la palabra: ‘¿Qué ves, Jeremías?’ Respondí: ‘Veo una rama de almendro’. El Señor me dijo: ‘Bien visto, porque yo velo para cumplir mi palabra’” (Jr 1,11-12).
Luis Alonso Schökel, en alerta
Imaginando que el profeta pudo haber tenido esta experiencia por estas fechas, lo cierto es que hace un juego de palabras (paronomasia, en lenguaje técnico): igual que el “almendro” (‘shaqed’) se convierte en una especie de “vigilante” (‘shoqed’, participio del verbo ‘shaqad’, “vigilar, velar”, también “apresurar”) que anuncia la llegada de la primavera, así el Señor velará por que su palabra se cumpla (e incluso lo apresurará). El gran biblista que fue Luis Alonso Schökel propuso una traducción del juego de palabras hebreo ‘shaqed’/’shoqed’ que sacrificaba el rigor botánico en aras de la paronomasia: “alerce/alerta”.
Pero, en este caso de la profecía de Jeremías, no debe engañarnos la hermosa imagen del almendro en flor, preludio de la primavera, ya que lo que va a anunciar el profeta es el ineludible cumplimiento de una palabra de desventura (Alonso Schökel hablará de una “primavera trágica”): la destrucción de Judá por parte del Imperio babilonio. Así lo dice con mayor claridad la siguiente visión del profeta: “‘Veo una olla hirviendo que se derrama por la parte del norte’ […] ‘Desde el norte se derramará la desgracia sobre todos los habitantes del país. Voy a convocar a todas las tribus del norte’” (1,13.14-15).
El profeta no es el mero adivino del futuro, sino el que anuncia aquello que el pueblo necesita en cada momento para ser verdaderamente pueblo de Dios.