Hoy, cuando he salido a caminar por la tarde, he tenido la oportunidad de ver una muestra de la fauna urbana quizá no muy frecuente: dos Picus viridis y una salamanquesa. Los Picus viridis, conocidos habitualmente como ‘Pitos reales’, son unos pájaros carpinteros de color verde con la cabeza roja. Y ahí estaban los dos ejemplares que he visto, picoteando la tierra de un jardín en busca de insectos, su alimento. Por otra parte, en la grieta en un muro de hormigón estaba la salamanquesa, de un color oscuro, casi negro, pegada literalmente a una pared exquisitamente vertical.
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Traigo a colación este hallazgo porque días atrás, cuando tuvo lugar la tremenda visita de la borrasca Filomena, escuché a un biólogo hablar de una de sus posibles consecuencias: la muerte de algunas aves y otros animales, cuya subsistencia no podría estar garantizada debido a la imposibilidad de buscar alimento por la cantidad de nieve acumulada y las condiciones extremadamente difíciles de soportar. De esta manera se demuestra que, aunque a menudo no lo creamos, la vida tiene suficientes recursos y fuerza para abrirse camino.
Seres vivos
Algo de esto se puede apreciar en uno de los textos de la Escritura más conocidos y significativos al respecto. Me refiero a la visión de los huesos secos que se halla en la profecía de Ezequiel. En efecto, en el capítulo 37 contemplamos, de la mano del profeta, un valle lleno de huesos completamente secos. El Señor pide a Ezequiel que pronuncie un oráculo sobre esos huesos. Así lo hace el profeta y, “mientras hablaba, se oyó un estruendo y los huesos se unieron entre sí. Vi sobre ellos los tendones, la carne había crecido y la piel la recubría; pero no tenían espíritu los huesos” (37,7-8). Entonces el profeta, por indicación del Señor, conjura a los cuatro vientos, que, como fieles servidores, traen al espíritu sobre esos huesos, que así se convierten en seres verdaderamente vivos, puestos en pie.
La imagen de los huesos secos que vuelven a la vida es la gran metáfora de la vida abriéndose camino, a pesar de todos los obstáculos. Eso, en último término, es lo que celebramos todos los años en la Pascua.