Ciertas palabras del papa Francisco suenan con especial resonancia hoy, dentro y fuera de la Iglesia. Sin duda alguna, ‘fronteras’, ‘encuentro’ y ‘acogida’ son de las que más se acogen ‘ad extra’ del mundo católico. Han sido portadas en grandes revistas y periódicos de todo signo, reportajes y diálogos en televisión. La sacudida ha sido grande. Hacia dentro de la Iglesia, ‘ad intra’ en el esquema clásico y potente del Concilio Vaticano II que obliga a una cierta tensión y “bilingüismo contemporáneo”, son otras. Entre ellas, indiscutiblemente contamos con ‘Iglesia en salida’, ‘olor a oveja’, ‘cultura del encuentro frente al descarte’ y ‘primerear’.
‘Primerear’ es un neologismo, una palabra que estaba por poner en uso, que es algo así como dar el primer paso, no esperar sino salir al encuentro con esperanza, no permanecer ni resistir sino brindar ocasiones de encuentro. Ser los primeros en hacer algo, en la construcción de la relación, en la generación de espacios que inviten o palabras que provoquen. Es más, y ha caído en nuestro mundo con una hondura mayor que posibles sinónimos como innovar o emprender. Digamos que ontológicamente esta palabra pertenece propiamente al espacio de las personas y su vinculación.
Más allá de lo que se ha entendido, entiendo que hay una llamada urgente (tan urgente como la emergencia educativa) a crear cultura, a motivar positivamente aquello de que se trata, a generar agendas sociales. No ir detrás, no ser respuesta sin más, ni apoyo sin más a las sugerencias que vengan de la sociedad y las personas, sino a dar ese primer paso que sitúe a la Iglesia en la vanguardia, por tanto, en la frontera.
El máximo acicate de esta palabra es llamar a la Iglesia a seguir creando cultura, como siempre lo ha hecho, sin complejos, sin centrarse en lo negativo. Una llamada a todos los cristianos a ser constructores, soportando el peso innegable de la historia, pero viendo su vocación como una llamada primera, original y responsable. Cultura que es arte, literatura, filosofía, música, ciencia, tecnología, política, entrega y compromiso, servicio, novedad. Cultura, a la altura del mejor modo como la Iglesia ha vivido, es también escuelas, acercamiento al más pobre, al que más sufre, en su cuerpo, en su entorno, en su sociedad, en su mundo. Cultura como respuesta social capaz de mover pensamiento.
Pero cultura en futuro, no en respuesta al presente, no para contentar lo que hay, sino en el horizonte, en lo definitivo, siendo apertura radicalmente comprometida con lo último. Un empuje incómodo para quienes quieren (queremos) vivir de lo mismo, sin cuestionar las instalaciones (diría Mounier o Weil en sus palabras) que pretender ser lo definitivo sin serlo. Lo otro, el Otro en última instancia. ‘Primerear’ es una forma muy adecuada de hablar a nuestro tiempo, el del ‘carpe diem’ actual y presentista, de lo radical que es el futuro, el horizonte y lo definitivo. ¿Hacia dónde vamos? ¿Hacia dónde debe la humanidad encaminarse como respuesta?
Los siguientes, que vendrán y tendrán que responder a su tiempo presente, se preguntarán lo mismo respecto de sí mismo y de la humanidad, ¿hacia dónde? ¿Fines últimos y absolutos, no medios, no momentos sin más? ¿Cuál es el lugar, tan intermedio y tenso de la persona de carne y hueso en todo esto?
En el tercer volumen de Teológica, Balthasar tiene un capítulo muy potente e incisivo, y muy teológico sin ambages sobre ‘La Iglesia hacia el mundo; el mundo hacia la Iglesia’. Resulta llamativa la conexión, no dada por supuesta sino en movimiento, con dinamismo, como llamada a ser sin cuestionar la identidad de lo cristiano y su mundo propio. De hecho, dentro del propio artículo pone en valor esta armonía de direcciones. Dice así, partiendo de Mt 28,19ss, dice Balthasar: “En esto radica el doble movimiento y la doble tarea de la Iglesia, no nítidamente distinguible hasta el fin del mundo: en primer lugar, salir de sí hacia los pueblos y enseñarles la verdad cristiana de manera que la puedan entender y aceptar (la cuestión de la ‘inculturación’); en segundo lugar, no dejar que la verdad se fragmente por su pluralidad, sino incluirla en su propia unidad ‘pleromática’. Todas las cuestiones de la apologética, del ‘punto de partida’ de la teología fundamental, de la ‘pluralidad’ teológica, se encuentran aquí juntas”.
Salir de sí
Para quien sepa hacer comentarios de textos, aquí hay muchos conceptos que explotar y realizar, un auténtico diálogo con la actualidad y su entidad propia. Teniendo claro el principio y fundamento, dos claros avisos y advertencias, que sorprende leer como descripción de nuestra Iglesia hoy: salir de sí, sin resquebrajar la comunión.
Un párrafo para terminar, el primero, el mismo texto en el que aprender a ‘primerear’ y su contexto más propio, EG 24:
Primerear, involucrarse, acompañar, fructificar y festejar
- La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan. ‘Primerear’: sepan disculpar este neologismo. La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor (cf. 1 Jn4,10); y, por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos. Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva. ¡Atrevámonos un poco más a primerear! Como consecuencia, la Iglesia sabe ‘involucrarse’. Jesús lavó los pies a sus discípulos. El Señor se involucra e involucra a los suyos, poniéndose de rodillas ante los demás para lavarlos. Pero luego dice a los discípulos: ‘Seréis felices si hacéis esto’ (Jn 13,17). La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo. Los evangelizadores tienen así ‘olor a oveja’ y estas escuchan su voz. Luego, la comunidad evangelizadora se dispone a ‘acompañar’. Acompaña a la humanidad en todos sus procesos, por más duros y prolongados que sean. Sabe de esperas largas y de aguante apostólico. La evangelización tiene mucho de paciencia, y evita maltratar límites. Fiel al don del Señor, también sabe ‘fructificar’. La comunidad evangelizadora siempre está atenta a los frutos, porque el Señor la quiere fecunda. Cuida el trigo y no pierde la paz por la cizaña. El sembrador, cuando ve despuntar la cizaña en medio del trigo, no tiene reacciones quejosas ni alarmistas. Encuentra la manera de que la Palabra se encarne en una situación concreta y dé frutos de vida nueva, aunque en apariencia sean imperfectos o inacabados. El discípulo sabe dar la vida entera y jugarla hasta el martirio como testimonio de Jesucristo, pero su sueño no es llenarse de enemigos, sino que la Palabra sea acogida y manifieste su potencia liberadora y renovadora. Por último, la comunidad evangelizadora gozosa siempre sabe ‘festejar’. Celebra y festeja cada pequeña victoria, cada paso adelante en la evangelización. La evangelización gozosa se vuelve belleza en la liturgia en medio de la exigencia diaria de extender el bien. La Iglesia evangeliza y se evangeliza a sí misma con la belleza de la liturgia, la cual también es celebración de la actividad evangelizadora y fuente de un renovado impulso donativo.