La aspiración de toda persona es vivir en plenitud. Esta manera de vivir va más allá de la felicidad y es la que nos lleva a ella. Porque la vida en plenitud es una vida total, una vida íntegra. La plenitud nos habla de armonía, de satisfacción con lo que somos, con lo que hacemos, de concordancia entre lo que pensamos y lo que vivimos.
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Una vida plena es una vida satisfecha, que sabe aceptar lo que le viene, que sabe responder a los desafíos que le plantea el día a día de una manera adecuada, una vida que no está parada, que evoluciona, que mejora poco a poco, que no para de aprender y que está abierta a la sorpresa, a lo que puede venir, una vida agradecida, consciente de que lo vivido es un regalo de Dios y no el resultado de nuestro esfuerzo, una vida que ama la incertidumbre de la existencia confiando en un futuro que intenta construir a través de su día a día.
La vida plena se asocia más con la idea de sabiduría que con la de felicidad, aunque las dos están íntimamente ligadas. Porque la sabiduría es aquello que permite “que el hombre se conduzca con prudencia y habilidad para prosperar en la vida” (León-Dufour, 1973: 807). La sabiduría nos ayuda a acertar en nuestras decisiones, a saber qué tenemos que hacer en cada momento, a afrontar la vida con alegría y disfrutar de ella, a ser coherentes con aquello que pensamos y actuar en consecuencia. La sabiduría es la fuente de la vida en plenitud, crecer en sabiduría nos ayuda a vivir de una manera plena.
Disfrutar de cada momento
Saber vivir en la incertidumbre, disfrutar de cada momento de nuestra existencia, descentrarnos de nuestro yo para ser más nosotros mismos, tener la capacidad de mirar desde nuestro interior donde habita el espíritu divino apagando los ruidos que nos impiden escucharle, estar atentos a nuestro alrededor, a lo que nos rodea, recibir con paz los golpes que recibimos y con alegría y agradecimiento las buenas noticias que nos trae el día a día, ser conscientes de que no lo sabemos todo y que no podemos controlamos todo, ser agradecidos por lo que recibimos, aprender a dar sin esperar nada a cambio, encontrar el sentido de nuestra existencia y vivir acordes a él… Una vida plena implica muchos aspectos positivos que no acabaríamos de describir aunque siguiese escribiendo sin parar.