En artículos anteriores venimos insistiendo sobre la importancia de alinear economía y misión. Trabajando por un lado con los estados financieros como instrumentos para mejorar la gestión y, por otro, gestionando el patrimonio de manera que contribuya a financiar las necesidades de proyectos/actividades que son parte de nuestra misión pero que, por su propia esencia, tienden a ser deficitarios en su cuenta de resultados.
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Sin embargo, puede darse la circunstancia de que nuestro patrimonio exceda lo necesario para cubrir con sus rendimientos el déficit mencionado. ¿Qué hacer entonces con este excedente? ¿Tiene sentido desde un punto de vista ético invertir este patrimonio en exceso en cualquier activo financiero con el único fin de generar una rentabilidad adicional?
Nuestra opinión es claramente que no.
La sociedad plantea hoy en día múltiples retos que reclaman con urgencia nuestra atención. Retos relacionados con la salud, la educación, la atención a los mayores, una gestión eficaz de la inmigración, el cuidado del medio ambiente, la defensa de la vida…
Retos variados de entre los cuales no será extraño que algunos tengan mucho que ver con la misión de nuestra institución, lo que representa una oportunidad de invertir con sentido y dar sentido a nuestro patrimonio. En muchos casos veremos dificultades, bien por no tener medios, o bien por no tener personas disponibles (o tenerlas en edad avanzada). No por ello debemos ponerle freno, hay alternativas.
Inversión de impacto
La conciencia cada vez más clara por parte de la sociedad de estas necesidades ha generado un interés creciente por lo que se conoce como “inversión de impacto”. Se trata de inversiones que no persiguen exclusivamente la maximización de la rentabilidad o del ratio rentabilidad/riesgo sino que, sin despreciar lo anterior, tienen como misión principal la generación de un beneficio social concreto. De nuevo, se trata de invertir con sentido.
Existen diversas posibilidades de invertir con un sentido social claro. Inversiones que pueden llevarse a cabo de manera directa, ideando y desarrollando proyectos propios, o indirecta, invirtiendo en emprendedores sociales, fondos de impacto y bonos de impactos social, entre otros.
La orientación de nuestras inversiones hacia la generación de un impacto positivo a través de proyectos reales y no solo de inversiones financieras, podría tener efectos adicionales muy positivos. Desde la dinamización de la vida de la institución por la participación de sus miembros en nuevos proyectos y la generación de nuevas relaciones a la mejora de la visibilidad de las obras de la institución y de su preocupación activa por los retos que plantea la sociedad.
¿Podría ser esta una forma moderna de atraer nuevas vocaciones?
“El que había recibido cinco talentos se puso a negociar con ellos y ganó otros cinco”.
“Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes otros cinco que he ganado. Su señor le dijo: ¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor” (Mateo 25, 14-30).
Desde la realidad
¿Sabías que existen desde hace algunos años los denominados “bonos de impacto social”?
No se trata de bonos en el sentido convencional del término sino de un contrato de servicios remunerado en base a los resultados. Una fórmula que permite alinear intereses de inversores, emprendedores, ONG y Estado con el fin de atender diversas necesidades de la sociedad, desde la salud al cuidado del medioambiente, pasando por la atención a los migrantes.
Se trata de un tipo de activo interesante no solo por combinar rentabilidad e impacto social sino también por estar descorrelacionado con las bolsas y otras inversiones convencionales.
Pero, además, porque obliga a los ejecutores de los servicios a centrarse en los objetivos y no solo en desarrollar actividades.
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