En las lecturas litúrgicas de la celebración del Jueves Santo me llamó la atención la singularidad de las dos cenas que se presentan en ellas.
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Del Éxodo al evangelio de Juan
En la primera, recogida en el texto del libro del Éxodo, se menciona cómo se ha de comer la cena de Pascua: “Lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el Paso del Señor” (Ex 12,11). No parece muy agradable tener que cenar a toda prisa, con el cinturón abrochado, un bastón de viaje en la mano y el calzado puesto. El texto lo explica apelando al hecho de que pronto va a ocurrir algo terrible: el paso del Señor hiriendo a todos los primogénitos de la tierra de Egipto y la consiguiente salida de la “casa de esclavitud” y la liberación del pueblo. De ahí también el extraño rito de untar con sangre las jambas y el dintel de las puertas donde habitan los hebreos.
Evidentemente, en todos estos ritos se mezclan las antiguas tradiciones que están en el origen de la fiesta de Pascua, como son las de la trashumancia hacia los pastos de verano de antiguos pastores seminómadas, así como algunos acontecimientos históricos de algunos clanes semitas que habrían abandonado la tierra de Egipto de forma un tanto particular en algún momento sin posibilidad de determinar.
La segunda cena litúrgica, la que narra la última cena de Jesús con sus discípulos conforme se cuenta en el evangelio de Juan, también resulta singular, ya que presenta a Jesús levantándose de la mesa en mitad de la cena: “Se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido” (Jn 13,4-5).
Muchos autores subrayan que el gesto de lavar los pies estaba reservado a determinados esclavos de la casa y, por supuesto, que jamás lo haría el ‘paterfamilias’. Además, el momento en que se desarrolla el gesto resulta absolutamente insólito: los pies de los invitados se lavaban antes de cenar, no durante la cena. Y eso es precisamente lo que hace del gesto de Jesús algo verdaderamente destacable e inolvidable.
El Jueves Santo celebra la última cena de Jesús con sus discípulos, y, en ella, el gesto de amor sin medida de Jesús hacia los suyos. Hacia nosotros. De ahí su singularidad.