Casi no pasa un día que no veamos en los medios de comunicación cómo se derriban o se pintan las estatuas de personas que antaño eran consideradas héroes: desde Washington, Jefferson o Lincoln, pasando por Churchill y Edward Colston, sin olvidar a Cristóbal Colón, Cervantes o fray Junípero Serra. La excusa para semejantes actos es el supuesto racismo de los personajes en cuestión, más o menos real en algunos casos y absolutamente inventado en otros.
- El obispo de Mallorca se reúne con la concejala de Podemos que instó a derribar la estatua de san Junípero Serra en Palma
- LEE Y DESCARGA: ‘Un plan para resucitar’, la meditación del papa Francisco para Vida Nueva (PDF)
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
- Toda la actualidad de la Iglesia sobre el coronavirus, al detalle
Muchos han sido los motivos esbozados para tratar de entender este movimiento: la indignación o la rabia más o menos justificada, la búsqueda de una justicia postergada durante muchos años, el fanatismo, la ignorancia de la historia, etc. Algunos incluso han apelado al iconoclasmo, un fenómeno bien conocido en determinados momentos de la historia religiosa de la humanidad.
El iconoclasmo
En algunos casos, estas explicaciones se nutren de buenas intenciones, aunque los resultados sean más que discutibles (y ya se sabe que el infierno está empedrado de buenas intenciones). Así, el iconoclasmo reclama no identificar a Dios con las realidades creadas. Sin embargo, esos mismos iconoclastas que no permiten imágenes por ser susceptibles de ser confundidas con la divinidad no tienen más remedio que “pensar” a Dios con imágenes.
A los que ahora apelan al racismo o la injusticia para derribar estatuas no se les ha oído decir nada de otras figuras históricas –con estatuas o imágenes públicas– que reúnen tantos deméritos o más, como es el caso de Ernesto “Che” Guevara, con unas perlas racistas y actuaciones homófobas verdaderamente notables (fue el organizador, por ejemplo, de campos de trabajo para homosexuales en Cuba con el lema: ‘El trabajo los hará hombres’, inspirado en el de los campos de exterminio nazis).
A mi modo de ver, este interés en derribar determinadas estatuas lo que conlleva en gran parte es un cierto “adanismo” –probablemente alimentado por importantes dosis de fanatismo e ignorancia–, según la primera acepción del diccionario de la RAE: “Hábito de comenzar una actividad cualquiera como si nadie la hubiera ejercitado anteriormente”. El “hombre nuevo” que se pretende necesita prescindir de la historia, con sus luces y sus sombras, y empezar de cero.
Pero, por más que se empeñen, Adán solo hubo uno, aunque en el Adán bíblico estemos representados todos.