Las páginas de la literatura universal reservan una página a las historias de Navidad. Así lo muestra el libro ‘Cuentos de Navidad de los hermanos Grimm a Paul Auster’ que Alba editorial acaba de reeditar en este 2021. La profesora Marta Salís ha seleccionado 38 relatos de distintas tradiciones occidentales (anglosajona, germánica, nórdica, mediterránea, eslava) en las que la Navidad no siempre es ocasión para el final feliz. Traemos a nuestro blog alguna selección de esos relatos que no proceden de los círculos religiosos al uso.
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Charles Dickens
En 1843, el británico Charles Dickens publicó la que se convertiría en una de las más famosas historias de (fantasmas) de Navidad. La ‘Canción de Navidad’ es una novela corta en la que el avaro Ebenezer Scrooge se encuentra con una serie de fantasmas durante la Nochebuena. El presente, el pasado y el futuro se le presentan al egoísta Scrooge a lo largo de la frían noche londinense. Este es el fragmento final:
Scrooge hizo más de lo que había prometido. Lo hizo todo e infinitamente más; y para el pequeño Tim, que no llegó a morir, fue un segundo padre. Se convirtió en un amigo tan bueno, un patrón tan bueno, una persona tan excelente como no se ha conocido ni en Londres ni en ninguna otra ciudad, pueblo o distrito del mundo entero. Algunas personas se reían al verlo tan cambiado, pero Scrooge los dejaba reírse y no les hacía el menor caso; porque era lo bastante prudente para saber que nunca sucede nada bueno en este mundo nuestro sin que alguien se harte de reír desde el primer momento; y, sabedor de que individuos como aquellos acabarían ciegos de todos modos, le parecía muy bien que se les hicieran arrugas en torno a los ojos por culpa de la risa, en lugar de ser víctimas de la enfermedad de maneras menos atractivas. El corazón de Scrooge reía también y eso era más que suficiente para él.
No volvió a tener relación alguna con espíritus, ni sobrenaturales ni volátiles, porque vivió desde entonces de acuerdo con el principio de la abstinencia total; y siempre se dijo de él que sabía cómo celebrar la Navidad, si es que alguna persona viva poseía ese saber. Ojalá de verdad se pueda decir lo mismo de nosotros, de todos nosotros. Así que, como hizo notar el pequeño Tim, ¡que Dios nos bendiga a todos y a cada uno!
Hans Christian Andersen
‘La niña de los fósforos’ de Hans Christian Andersen es toda una referencia de una época. El célebre autor infantil danés ha tocado la fibra sensible con esta historia navideña, que su publicó por primera vez en un almanaque de 1846. A través de la historia de una humilde cerillera, Andersen invita a la compasión con el trasfondo de las fechas navideñas.
Encendió la niña una tercera cerilla, y se encontró sentada debajo de un hermosísimo árbol de Navidad. Era aún más alto y más bonito que el que viera la última Nochebuena, a través de la puerta de cristales, en casa del rico comerciante. Millares de velitas, ardían en las ramas verdes, y de éstas colgaban pintadas estampas, semejantes a las que adornaban los escaparates. La pequeña levantó los dos bracitos… y entonces se apagó el fósforo. Todas las lucecitas se remontaron a lo alto, y ella se dio cuenta de que eran las rutilantes estrellas del cielo; una de ellas se desprendió y trazó en el firmamento una larga estela de fuego. “Alguien se está muriendo”, pensó la niña, pues su abuela, la única persona que la había querido, pero que estaba muerta ya, le había dicho: “Cuando una estrella cae, un alma se eleva hacia Dios”.
Truman Capote
En 1982 el estadounidense Truman Capote publicó también su propio relato: “Una Navidad”. El autor de ‘A sangre fría’ llevó a una revista esta historia que se convertiría en la última publicada en vida. Para Capote la Navidad está cada vez descafeinada y siente nostalgia de su infancia en Nueva Orleans. Este tiempo supone, en cambio, una serie de redención ante las desilusiones –incluidas las religiosas– que han copado su vida. Así termina la historia:
Las estrellas destellaban, la nieve se arremolinaba dentro de mi cabeza; la última cosa que recordé fue la voz serena del Señor encomendándome algo que hacer. Y, al día siguiente, lo hice. Fui con Sook a la oficina de correos y compré una postal de un penique. Hoy, todavía existe esa postal. Fue encontrada en la caja de caudales de mi padre cuando murió, el año pasado. Esto es lo que le había escrito: “Hola papá espero que estés bien como yo y estoy aprendiendo a pedalear muy rápido en mi avión estaré pronto en el cielo así que ten los ojos muy abiertos y sí te quiero Buddy”.