Cuando era un joven adolescente recuerdo que me entristecía enormemente saber lo mucho que todos los adultos sabían lo que no era el amor. Aquí y allá recordaban que “amor no es esto, no es aquello”. Entre exclamaciones decían: “¡Que no te engañen!”. Con la edad me he dado cuenta del exceso de teologías, filosofías, propuestas negativas, que señalan demasiadas veces la falta de sentido y el camino hacia el nihilismo.
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Recuerdo mucho mejor el día en el que alguien tuvo el valor de hablar del amor con libertad y recordando su propia imperfección, pero en camino, y su búsqueda. Decía haberse sorprendido al ser querido y cómo le dio fuerzas para amar de múltiples maneras. Se hizo luz donde había oscuridad y cobró cuerpo lo hasta entonces etéreo. Apareció entonces el amor de familia, el amor de amistad, el amor erótico, el amor vocacional, el amor pasional, el amor entregado, el amor radical, el amor incondicional.
Victoria a la desesperación
Que no nos pase igual con la esperanza, en un tiempo que clama por ella y la exige –como un niño que piensa en sus derechos sin ningún tipo de obligaciones– ahora que comienza a ahogarse en sus preocupaciones y circunstancias, que se duele de la intemperie de la vida y sus interrogantes. Que no nos pase con la esperanza como con el amor, que se aleje toda su posibilidad dando la victoria a la desesperación. Que no nos pase como con el amor, que convirtamos la esperanza en un sentimiento emotivo que tiene que nacer de dentro –pura apetencia– sin nuestro concurso, sin nuestro compromiso, sin nuestra fe, sin nuestra razón, sin nosotros mismos.
Hablemos de esperanza. La desesperación y el agotamiento harán tirar la toalla, dejar todo y huir hacia la trampa. Pero no lo olvidemos. Si nos ha mordido, no lo olvidemos. Porque por donde estuvimos caminando nos encontraremos una y otra vez en la misma situación: desesperados. Ahora bien, una vez llegados aquí, hablemos claro: es posible la esperanza, hay esperanza y hay que sostenerla, llevarla con nosotros y ejercerla, actuar en su dirección y crearla. Porque hay realidades que no se ven sin la acción. Porque no se conoce la verdad última hasta que se vive; entonces, solo entonces, habrá esperanza, podremos decirlo porque lo sabemos aunque duela y lo hemos experimentado, y sabremos que su horizonte es más largo y profundo del que imaginamos.
Ojalá no ocurra como con el amor negativizado y reblandecido, del que cuesta todavía hablar seriamente aún siendo lo más necesario, el verdadero nombre de Dios Trinidad, el que Él mismo mostró. Ojalá la esperanza sea la respuesta que demos, sin esperar sin movernos en lugares en los que no ocurrirá nada. Ojalá, además de leer los signos de los tiempos, ser también símbolo, sacramento, misterio de Dios mismo con libertad y confianza.
Kierkegaard lo dice así, como Providencia: “Lo que primero y primeramente tiene que hacer cada cual (en lugar de preguntarse qué posición le resultará más cómoda, qué unión le será más ventajosa) es situarse él mismo en el punto donde la providencia pueda servirse de él, si es que así le place a la providencia. Este punto es cabalmente el amor al prójimo, o bien existir esencialmente igual para cada ser humano. Cualquier otro punto significa discordia, por muy ventajosa y cómoda y aparentemente significativa que pueda ser esta posición; la providencia no puede servirse del que se ha situado ahí, ya que precisamente se ha rebelado contra la providencia”. (‘Obras del amor’, Sígueme, p. 112-113). ¿Dónde nos situamos para que la Esperanza actúe? ¿Nos ponemos de lado de la Esperanza o la desesperación? ¿A quién damos, con la vida, la razón y la victoria?