¡Que no son luciérnagas!


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Terminamos las largas procesiones en la noche, con nuestros candiles encendidos, cera e incienso, arrastrando nuestra penitencia, al ritmo de los tambores, ocultos bajo el anonimato de una capucha de verdugos, todos somos reos y verdugos, todos –aunque muchos no lo sepan– buscadores de Dios en la noche de este largo sábado santo que es la misma historia y la propia vida, siempre peregrinos de la luz.

Y la humanidad, tozuda en sus quehaceres, recreando guerras, martirizando inocentes, reventando la poca paz, la poca luz, la poca justicia, la poca verdad, que a veces arañamos y que como cachorros sedientos nos empeñamos en sacar la última gota empujando insistentemente la ubre de la felicidad, cuando ya no queda nada. ¡Qué vacío, que horror, que noche tan larga!

Y seguimos hurgando ente los escombros y entre los cadáveres de nuestros hermanos destrozados, en búsqueda de un poco de luz. Muchas veces nos contentamos con luciérnagas, esos escarabajos noctámbulos y sus larvas, los gusanos de luz, que disfrutan en la humedad obscena de la desolación. A pesar de ser hijos de la Luz, nos estamos acostumbrando demasiado a nuestras propias cegueras sin que nadie nos grite en la plaza pública que no estamos hechos ni para las tinieblas ni para la muerte.

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Y mientras mostramos el martirio del inocente, injustamente condenado, también hay personas en las aceras que se quedan mirando el espectáculo, televisado en directo para todo el mundo, mientras instintivamente alimentan a sus hijos con pipas y golosinas. Como en nuestras procesiones se han puesto al margen del sufrimiento ajeno por propia voluntad, inconscientes de que los próximos pueden ser ellos. Ya no sé si tan solo somos vagabundos buscadores de luciérnagas.

Pero, cuando estalla la primavera, los que provocaron tan insistentemente la muerte, solo se encontrarán con el sepulcro vacío. Es curioso, cuando todos estaban desolados por la pérdida, Cristo se presenta en medio de ellos como Luz y Paz, nunca se ha podido decir tanto en dos monosílabos. Y ellos, ciegos como nosotros, se empeñaban en que la resurrección eran fábulas de mujeres o que habían visto un fantasma. ¿Por qué cuando estamos tan necesitados de luz, como ellos, cerramos todas las puertas y ventanas? ¿Por qué nos negamos a dar crédito de lo que vemos, como ellos? Por miedo, por prejuicios, por falta de espíritu… como ellos.

No hablo de luciérnagas en la noche, sino de la única detonación que ha valido la pena, la explosión de la Luz y de la Vida. Los creyentes en Cristo Resucitado, nos debemos de mantener, ocupar y preocupar por la cultura de la Vida, es lo nuestro. Los creyentes en la resurrección debemos superar las angustias, las soledades, los abandonos, las huidas, las traiciones… después de tanta Pasión, ¿quién se atreve a dedicar tanto tiempo y tanto esfuerzo a vivir la resurrección? Ya sin capuchones, sin antifaces que nos oculten, sin ritmos insistentes de tambores… ¿Quién se atreve a dar la cara? No os dais cuenta que, si solo ponemos hincapié, si nos entregamos del todo, en los Getsemaní y en los Calvario, ¿no nos estamos significando demasiado? ¿Quién va a creer en nuestra fe si solo nos mostramos los días de pasión y muerte?

Hoy, la mañana del día primero, todos los cristianos debíamos manifestar públicamente la alegría de nuestra fe. Porque no somos cristianos por la noche del huerto, ni por el prendimiento, ni por los azotes, ni por el despojo, ni por la piedad o soledad de María, ni por la corona de espinas, los clavos o la cruz… todo eso está de paso. Somos cristianos por la resurrección de Cristo, como el primero en vencer a la muerte y nosotros en él. El resto, si no es preparación para lo fundamental, roza el espectáculo.

¡Feliz Pascua de Resurrección!

¡Ánimo y adelante!