¿Qué significa la muerte?


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En los noticieros, al menos los de Madrid, está apareciendo estos días uno de los tanatorios de la capital. Según parece, el ayuntamiento acaba de conceder la licencia –acatando una sentencia del Tribunal Supremo– para instalar allí un crematorio. Muchos vecinos se han echado a la calle a protestar, alegando cercanas zonas infantiles, huertos urbanos y viviendas.



Pero, más allá de estas cuestiones técnicas y cívicas, el asunto de la convivencia –es una manera de hablar– entre vivos y muertos resulta un asunto relevante. Hace poco traía yo a este espacio la “limpieza” del santuario de Jerusalén por parte del rey Josías en su empeño de reforma. En el texto de 2 Re 23 se mencionaba la profanación de los altozanos que había frente a Jerusalén dedicados a varias divinidades paganas: Astarté, Camós y Milcón. La profanación consistió en cortar los cipos sagrados que los representaban y llenar “sus emplazamientos de huesos humanos” (2 Re 23,14). En efecto, se consideraba que la vecindad con la muerte provocaba impureza. Es lo que leemos también en algunas leyes del Levítico. Por ejemplo: “Que ninguno [de los sacerdotes] contraiga impureza con el cadáver de alguno de los suyos, a no ser con el de un pariente cercano: la madre, el padre, un hijo, una hija, un hermano, una hermana virgen que viva con él y no haya sido desposada aún” (Lv 21,1-3). Pero al sumo sacerdote no se le permite acercarse a ningún cadáver, “ni siquiera por su padre o por su madre se le permite contraer impureza” (v. 11).

Hermana muerte

Esta postura contrasta con las costumbres cristianas, una de cuyas máximas expresiones –la eucaristía– se celebra sobre un altar que se levanta precisamente sobre la reliquia de un santo o un mártir. Sin embargo, la teoría litúrgica le da la vuelta al argumento de una forma muy interesante: “Toda la dignidad del altar le viene de ser la mesa del Señor. Por eso los cuerpos de los mártires no honran el altar, sino que este dignifica el sepulcro de los mártires. Porque, para honrar los cuerpos de los mártires y de otros santos y para significar que el sacrificio de los miembros tuvo principio en el sacrificio de la Cabeza, conviene edificar el altar sobre sus sepulcros o colocar sus reliquias debajo de los altares” (Ritual de consagración del altar 5).

Cementerio

Así, en cristiano, hasta la muerte ha quedado “vivificada” por su cercanía a Cristo, que es la Vida. Quizá por eso san Francisco la pudo llamar con naturalidad “hermana muerte”.