Tras la COP27, ¿qué tipo de muerte te gustaría más?


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Se cuenta que hubo una vez en las cocinas de palacio un cocinero con fama merecida de prudente y, además, con muy buena dosis de inspiración democrática. Entre ollas y cazuelas, se le ocurrió reunir un día a sus más estrechos colaboradores de trabajo: el pavo, la gallina y el faisán que tenía que cocinar ese día. Y les concedió la gracia exquisita y el privilegio póstumo de decidir en qué suculenta salsa querían ser cocinados: salsa de arándanos con queso, salsa de pimienta verde o salsa de mostaza de Dijon.



Escuchada la pregunta plebiscitaria en la solemnidad de la luz de los ventanales, el pavo alborotó el plumaje y el faisán picoteó indolente unas migas bajo las mesas de los matarifes. Pero la gallina, que venía de un gallinero de suburbio y era muy franca  ̶ y bastante fresca, en todos los sentidos del término ̶ , miró de lado al cocinero y cacareó: “Ninguna de ellas, desde luego que ninguna de ellas, de hecho yo no querría ser cocinada de modo alguno”. “Ya  ̶ replicó el cocinero con calma ̶ , pero esa respuesta queda totalmente fuera de la cuestión planteada aquí”.

La gente espera una fila en la entrada del Centro Internacional de Convenciones de Sharm El Sheikh,

La gente espera para entrar en el Centro Internacional de Convenciones de Sharm El Sheikh, durante la apertura de la cumbre climática COP27, en Egipto

A veces, uno piensa que la nueva Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP27) y la poderosa grey reunida en torno a ella días atrás en Egipto, se parece bastante a esa cocina. Sin consultarnos, los cocineros del mundo, los matarifes del poder y los comensales del beneficio nos acabarán cocinando al fuego lento y global del calentamiento planetario, pero, eso sí, dejarán a la veleidad de nuestro criterio democrático el mejor modo de hacerlo. Siempre habrá quien prefiera ese crujiente dorado que confieren al cuerpo las sequías pertinaces. Otros optarán por cocerse al grill de los veranos tórridos o preferirán pasar por agua los pulmones en el dinámico burbujeo de una inundación imprevista.

¿Y a usted qué tipo de muerte le gustaría más? ¿La delgadez desconsolada de una hambruna crónica? ¿La asfixia asmática de las chimeneas? ¿La última ola y el último grito viral de alguna moda pandémica emergente?

Escenas espeluznantes

En pocos días, hemos visto pasar ante nuestros ojos escenas espeluznantes: la momia polvorienta y despeinada de Mussolini se levantó de su ignominia y camina ya desde muy temprano por los pasillos de insomnio del Quirinal, vimos luego a Lula da Silva ganar ‘in extremis’ la batalla electoral contra las siete plagas bíblicas de Bolsonaro y, desde ayer, hay quien ve muy probable que un Donald Trump histriónico y envalentonado pueda asumir de nuevo las riendas de su fortuna propia para desgracia de la fortuna de todos.

Hemos asistido al renacer de los fascismos europeos, resucitados de sus cenizas de posguerra con la misma des-facha-tez de sus mejores tiempos de gloria. Ideologías del pasado que creíamos que estaban ya enterradas para siempre bajo el peso ético admirable de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, surgen de nuevo como si la historia fuese una pesadilla sin escarmiento que no nos enseña absolutamente nada y como si estuviésemos condenados a repetir los mismos errores de nuestros abuelos hasta el final de los tiempos.

La estupidez humana, que era solo una fosa séptica bien vallada y localizada, hoy parece un mar sin orillas en el que ni siquiera hacemos pie. Con este panorama, ¿será posible lograr acuerdos internacionales para salvar el planeta del caos climático? Parece difícil. Busquemos el futuro más luminoso en las escuelas. Quizá también en la dimensión más solidaria de nuestra espiritualidad de creyentes. Redoblemos el compromiso. Alimentemos la esperanza.