Las primeras semanas o meses del año son tiempo propicio para los buenos propósitos. En este tiempo abundan los deseos de llevar adelante aquello que nos parece bueno o que hemos intentado hacer otras muchas veces y no ha acabado de cuajar. Pero, a pesar de esta proliferación de proyectos y buenas intenciones, todos tenemos experiencia de cómo la mayoría no duran demasiado. No pretendo desanimar a nadie, pero la cultura del “querer es poder” esconde una gran verdad… y una gran mentira. Es cierto que, cuando algo nos afecta e impulsa por dentro, nos transforma en personas creativas, capaces de buscar el modo de alcanzar aquello que deseamos profundamente. En ese sentido, querer es buscar el mejor modo de poder.
Pero, por otra parte, esa expresión oculta que lo mejor de nuestra vida, lo que resulta verdaderamente importante, solo puede ser recibido como regalo. El cariño, el interés de los otros, el amor, la confianza… son realidades que nos edifican y sostienen desde dentro, pero que no podemos exigir ni reclamar. Nuestra voluntad tropieza contra un muro ante aquello que da sentido a nuestras existencias y que solo puede ser acogido con agradecimiento. En este sentido, igual es cuestión de aprender la lección de ese leproso que, acercándose a Jesús, le dijo: “Si quieres, puedes limpiarme” (Mc 1,40). Ese enfermo sabía muy bien que el único que “quiere y puede” de verdad nuestro bien es siempre el Señor.