Querido amigo Puma. Tu tesis de partida para provocar nuestro diálogo fue rotunda: el hombre es el problema del planeta y, quizá, su exterminio la única solución posible. Curiosa solución la de matar al inquilino para que la casa no se hunda. En muchas ocasiones es la solución recurrente de algunos de nuestros políticos: el problema del país es que existe el otro. Pero este es otro tema.
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Ciertamente somos muchos los que compartimos la inquietud por esta nuestra Casa común. La Tierra ha entrado en un proceso que parece irreversible y nos enfrenta a una situación de deterioro e inseguridad a la que no estamos sabiendo dar respuesta. La Tierra, sus especies y nosotros mismos estamos abocados a un destino que no parece halagüeño. Los informes científicos son apocalípticos.
Primer capítulo del Génesis
Cuando en el primer capítulo del Génesis Dios nos dice “sed fecundos y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; dominad los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que se mueven sobre la tierra” (Gn 1,28), pone la naturaleza a nuestra disposición, pero no en clave de explotación de sus recursos, sino en clave de dignidad, ensalzando la figura del que fue creado a imagen y semejanza suya. Esa invitación a “dominar” la Tierra queda referida al cuidado que el señor, el dominus, el que domina, tiene con lo suyo. Desde aquí, cabe pensar que la Tierra es un regalo preciado, tan preciado como cada uno de nosotros, que se puso en nuestras manos como sustento de nuestra felicidad y se merece nuestro cuidado como criatura divina que es. El Génesis nos ofrece una cosmovisión capaz de dialogar con las incertidumbres que la crisis climática nos está planteando.
Por un lado, es evidente que, desde este enfoque, no parece lícito mirar para otro lado. Las heridas abiertas en la Tierra nos reclaman una actuación y un cambio de hábitos urgente. Por otro lado, la búsqueda de soluciones no puede hundir su razón de ser en un utilitarismo ligado a la subsistencia, que busca, simplemente, nuevas formas de explotación, pues así ni estamos mirando por la salud del planeta ni estamos buscando soluciones para el conjunto de toda la humanidad. En último término, “si tenemos en cuenta que el ser humano también es una criatura de este mundo, que tiene derecho a vivir y a ser feliz, y que además tiene una dignidad especialísima, no podemos dejar de considerar los efectos de la degradación ambiental, del actual modelo de desarrollo y de la cultura del descarte en la vida de las personas” (LS 43).
Conviene sacudirse el polvo.