No, no leyó mal, no es un error de transcripción, ni siquiera es una idea propia, el derecho a no migrar lo propuso el papa Francisco, y valdría la pena hablar sobre ello.
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El tema de la migración es una herida social abierta que exige la mayor humanidad y racionalidad para abordarlo, porque de una manera u otra, atañe a todos.
El primer punto que se necesita precisar — aunque sea una obviedad— es que los migrantes no son delincuentes, ni los nativos son honestos por antonomasia, la irregularidad en un paso fronterizo exige un trato humanitario y una respuesta jurídico-administrativa proporcional al acto cometido.
El derecho a la defensa es comprensible, más aún cuando se extiende en el plano fronterizo, pero por encima de cualquier marco normativo, la preeminencia de la dignidad humana es incuestionable. No hay ley que menoscabe o limite dicha condición.
Sin embargo podría ser un discurso moralista el rasgarse las vestiduras por el trato cruel y evidente ante los migrantes, que no son nuevos, ni son los únicos, la historia reciente tiene terribles episodios; como la Tragedia de la valla de Melilla, en 2022; el incendio en el centro de migrantes en Ciudad Juárez, en 2023; y la muerte del pequeño Alan Kurdi, en 2015.
Historias que son hechos concretos, que sufrieron personas concretas, por decisiones políticas de personas concretas, y que solo han servido para evidenciar la denuncia lanzada por el papa Francisco, en 2013, la cultura de la indiferencia.
La Iglesia es madre que acoge y enseña
La Iglesia tiene un largo recorrido en este tema, más allá de la deformación ideológica de liberales y conservadores de la actualidad. La primera Jornada mundial de migrantes y refugiados la celebró Pío X, en 1914, el mismo papa del Catecismo mayor, y del denominado Syllabus, contra la modernidad. Este hecho ya tumba cualquier argumento ideológico.
No obstante, el tema de la migración no es solo la acogida, eso es consecuencia de otra cosa, es el resultado de otras condiciones. Nadie que emigra lo hace por turismo; la gente no deja su tierra y su casa por gusto, lo hace por situaciones que lo expulsan de su lugar de origen.
Y es allí dónde tiene relevancia el llamado del papa Francisco en 2023: “Al mismo tiempo es necesario trabajar duro para garantizar a todos el derecho a no tener que migrar”, y aquí la responsabilidad no es solo de un desalmado extranjero, sino de un irresponsable criollo. ¿Quién garantiza este derecho?
Al primero, la vida misma lo encerrará en su propio egoísmo, pero al segundo también se le cargará la culpa por su acción y omisión, incluso al generar las causas para que su pueblo tenga que salir errante. Ni hablar de los que negocian con la vida de los demás, los verdaderos innombrables e impresentables.
En el reciente libro del papa Francisco, Esperanza, lo explica: “la migración es dos veces un derecho: el derecho a encontrar en el propio país las condiciones para llevar una existencia digna y el derecho a desplazarse cuando esas condiciones mínimas no existen”.
¿Quién se hace responsable del primer derecho?, ¿quiénes deben garantizar esas condiciones?, ¿cuándo van asumir su cuota altísima de responsabilidad al negar la existencia digna de sus ciudadanos?, ¿cuándo van a dejar de vivir de la remesa de los mismos que expulsan?
Los nombres están allí, los cargos, las funciones y responsabilidades no están muy difíciles de encontrar, a la vista de todos, apoyados por una camarilla de aliados, sobre las millones de víctimas.
Por ello, no resta más que ponerse del lado de los migrantes, de la gente decente y honesta que solo quiere un futuro distinto y mejor para su familia, que tienen una dignidad que ningún tratado humanitario alcanzará o mejorará, eso con los que Jesús se identificó, “fui forastero y me acogiste” (Cfr. Mt 25, 43), aquellos que llevan la misteriosa presencia del resucitado con su presencia y su sufrimiento; los bienaventurados deportados injustamente que tienen hambre de sed y justicia.
¡A ustedes, amigos, hermanos, que hoy lloran y están errando con el Señor, que no tenía dónde recostar la cabeza, mañana reirán!
Por Rixio Portillo. Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey