Había llegado a su meta. ¡Por fin! ¡Vaya días había pasado! Desde que decidió hacer sola el camino pocas cosas habían resultado como ella imaginaba antes de emprenderlo. Aunque le encantaba el sol, el cielo se empeñó en regalarle una lluvia persistente y constante que le acompañó casi todos los días.
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Los caminos embarrados le obligaron a un sobre-esfuerzo para poder avanzar entre repetidos resbalones y la niebla le había hecho perderse en varias ocasiones. Su ropa mojada y sucia no conseguía secarse del todo en los hoteles en los que pernoctaba y llegaba a ellos derrotada, húmeda, sucia y con un aspecto exterior que le llevaba a huir del espejo antes de meterse en la ducha.
Pero había llegado, lo había conseguido, ella sola, sin ayuda, sin nadie más que le acompañase. Se encontraba satisfecha, recordaba el dolor que le habían producido las bajadas en los dedos de sus pies contemplando esa uña ya perdida por el golpear sobre la puntera de su bota. Quitaba el barro adherido a la suela e intentaba buscar esa ropa bonita que había reservado para el día en el que llegase y saliese a pasear por la ciudad.
El cansancio hacía mella en su ánimo pero la alegría de haberlo conseguido, de haber llegado, de estar allí a pesar de todas las adversidades, le daba ánimos para salir a la calle y disfrutar de ese sol que, ahora sí, por fin brillaba sobre los tejados de la ciudad.
Aquello le hizo pensar en su vida, en donde estaba, en por qué había emprendido ese camino que ahora acababa.
Y se dio cuenta de que estaba donde nunca hubiese querido ir. Que la vida le había llevado a un lugar distinto del que ella hubiese imaginado. Se percató de que esto le había sucedido porque nunca había sabido dónde ir, porque nunca había tenido un horizonte hacia el que avanzar, porque nunca se había planteado qué dirección quería seguir en la vida.
Tomar las riendas
Al contrario que en el camino, en el que sabía hacia donde se dirigía y era consciente de cuando estaba o no perdida, en la vida había tomado sendas al azar, había andado sin rumbo, nunca había sabido hacia donde le llevaba su sendero.
Por ello, en aquella ciudad preciosa donde veía el sol después de unos días mojándose con una lluvia que le había purificado (ahora lo comprendía), decidió que quería saber hacia donde dirigir su vida en un futuro, hacia donde encaminar sus pasos.
Y se percató de que eso le permitiría tomar decisiones más acertadas, reconocer en los cruces qué dirección quería seguir y saber, cuando se alejase de su objetivo, hacia dónde corregir su rumbo. Salió a la calle tranquila y reconfortada sabiendo que al día siguiente volvería a su ciudad natal a comenzar una nueva existencia.