Me dice mi amiga Teresa que por qué no escribo algo sobre la Biblia y los dinosaurios. La verdad es que no sé qué decir, porque en la Biblia, que yo sepa, no aparecen los dinosaurios (a pesar del principio rabínico que reza que lo que no está en la Biblia no existe: los dinosaurios, existir, existieron). Lo más que puedo hacer es hablar de los gigantes, que esos sí están en la Biblia y se supone que son también de tamaño maxi.
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En concreto, aparecen en el libro del Génesis, en el capítulo 6: “Por aquel tiempo había gigantes en la tierra; e incluso después, cuando los hijos de Dios se unieron a las hijas de los hombres y engendraron hijos. Estos fueron los héroes de antaño, los hombres de renombre” (v. 4). Este enigmático versículo viene después otros no menos misteriosos: “Cuando los hombres comenzaron a multiplicarse sobre la superficie del suelo y engendraron hijas, los hijos de Dios vieron que las hijas de los hombres eran bellas y se escogieron mujeres entre ellas” (6,1-2).
‘Nefilim’
Según parece, estos textos ponen en relación tradiciones distintas. En una de ellas se aludiría a un “intercambio” o mezcla “pecaminosa” entre el mundo celestial (los “hijos de Dios”) y el humano (representado en las “hijas de los hombres”). En realidad, este tema está desarrollado por un texto apócrifo conocido como libro de Henoc, de gran influjo en la antigüedad (incluso parece haber sido considerado canónico por algunas corrientes tanto del judaísmo antiguo como del cristianismo de los orígenes; de hecho, es citado en la carta de Judas). En él se habla de los “vigilantes”, que se pervirtieron uniéndose a los seres humanos y revelándoles algunos secretos celestiales.
Otra tradición diferente es la que tendría como objeto a esos seres llamados en hebreo ‘nefilim’, los gigantes. Los vemos también en el libro de los Números, cuando los exploradores enviados por Moisés a la “tierra prometida” dicen: “La tierra que hemos recorrido y explorado es una tierra que devora a sus propios habitantes; toda la gente que hemos visto en ella es de gran estatura. Hemos visto allí ‘nefilim’, hijos de Anac: parecíamos saltamontes a su lado, y lo mismo les parecíamos nosotros a ellos” (Nm 13,32-33).
Es muy probable que estos “gigantes” respondieran a tradiciones populares que trataban de explicar la presencia de monumentos megalíticos en Palestina. Ahora, unidos a esa otra tradición de los vigilantes, pasaron a convertirse en una especie de titanes surgidos de la relación entre seres celestiales y terrenos.