Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Rafting en Belorado


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Últimamente el culebrón por fascículos que nos está ofreciendo el tema Belorado, del que me había prometido a mí misma no decir nada más, me hace pensar mucho en el tema de los precios de nuestras decisiones. Como veis, no me refiero al aceite, que ya sabemos que anda por las nubes, ni a la vivienda, que es otra locura… bueno, al de la vivienda quizá sí un poco, porque quienes dicen haber abandonado la Iglesia con plena libertad parecen no haber asumido la consecuencia que esto implica para con su monasterio, y pretenden seguir habitando en un lugar que pertenece a esa Iglesia de la que se han separado. La sabiduría popular nos recuerda de muchas maneras que no se puede “nadar y guardar la ropa” o “tomar sopas y sorber” o “estar al plato y a la tajada”, insistencia que me confirma que es una tendencia muy humana no asumir las renuncias que cualquier elección lleva implícita.



El coste de nuestras opciones

En cambio, en el mismo culebrón mediático hay quien decidió no permanecer con quienes durante mucho tiempo habían sido “su gente”, con quienes había compartido mucho más que techo a lo largo de los años. Asumió, sin duda con dolor y dificultad, que hay precios que no estaba dispuesta a pagar. Los vínculos humanos y creyentes, la necesidad de pertenencia, de ser queridos y acogidos que todos albergamos no pueden prevalecer a cualquier precio, menos cuando está en juego nuestras verdades más profundas, nuestra esencia personal. Ambas posturas, en el fondo, nos retratan a todos nosotros que, antes o después, tenemos que asumir el coste de nuestras opciones y valorar cuáles estamos dispuestos a pagar y cuáles no, por mucho que nos lancen a la intemperie o nos sitúen en posiciones incómodas.

Imagen del monasterio de Belorado

Imagen del monasterio de Belorado

Poner límites a los demás, romper expectativas ajenas, decir aquello que no se debe callar o pensar por nosotros mismos, por ejemplo, son actividades que entrañan más riesgo que el ‘rafting’, pues no solo puede hacer que se desestime la candidatura a ‘miss o míster popularidad’, si es que se aspiraba a ello, sino que también puede implicar que “los nuestros” nos perciban no tan “de los nuestros”. Esto, que sobre el papel no parece tan complicado, se lleva bastante peor en el día a día, porque, por mucho que nos sintamos libres e independientes, a todos nos gusta que nos quieran, nos valoren y nos acepten aquellos que nos importan. Por eso, quizá es buena cosa que, de vez en cuando, miremos cómo va la inflación, vaya a ser que compremos cualquier cosa o nos vendamos a nosotros mismos.