La polémica en torno a cómo llamar lo que está haciendo Europa ahora mismo –líderes políticos tan enfrentados ideológicamente como Pedro Sánchez y Giorgia Meloni, han rechazado que se hable de “rearme”, posiblemente por motivos también cuestionables–, me ha dado pie a considerar qué tipo de aprecio es el que me mueve hacia este, “nuestro viejo continente”.
- WHATSAPP: Sigue nuestro canal para recibir gratis la mejor información
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
Amar Europa
Cuando pienso en Europa y las cosas que son “amables” en ella, lo hago destacando el aporte que nuestra historia, valores y cultura han hecho a la construcción de un modelo social que merece la pena conocer y promover. Como hay que hacerlo con los de otras latitudes.
Obviamente, cualquier generalización sobre esos aspectos es limitada y esconde sesgos claros. Porque, una realidad tan amplia también encierra episodios, conductas y estilos de vida oscuros e, incluso, reprobables. Algunos, por desgracia, de rabiosísima actualidad.
Confieso que soy más “mundialista” que “europeísta” y más “globalista” que “fronterista”. Y, a lo sumo… “glocalista”, ese concepto que nos habla de la riqueza de unir las querencias al “terruño” y a la “casa común”.
Sin embargo, poniendo el foco en lo bueno sembrado y cultivado, creo que lo “europeo” y por extensión lo “occidental”, ha sido sinónimo de una apuesta clara por la convivencia en paz entre estados distintos, el respeto y el enriquecimiento por dichas diferencias, el reconocimiento y la defensa de los derechos humanos, y la promoción de la solidaridad como herramienta para verificar todo lo anterior.
Estos y otros valores, han ido dando forma a una humanidad de la que podríamos sentirnos orgullosamente satisfechos.
Lo pongo en condicional, porque, del dicho al hecho…
Creatividad y rearme
Como ya he afirmado más de una vez en este blog, soy consciente de la complejidad de todos los asuntos que se ponen sobre la mesa política. No hay soluciones fáciles. Y de haberlas… cabría sospechar cuánto de sostenibles en el tiempo tienen.
Por eso, hemos de rogarles y exigirles –ambos caminos se complementan– a nuestros representantes, que se esmeren con ahínco para dar con vías nuevas, creativas y constructivas ante los desafíos. Para eso se les ha elegido.
En ese sentido, convierto en convicción la creencia en que nuestras y nuestros gobernantes, están en condiciones de encontrar alternativas serias y sólidas a las amenazas belicistas que se ciernen sobre todo el mundo. Si quieren, claro.
Tiene que haber soluciones que no pasen por echar más “leña al fuego” en forma de más armas, más rearme preventivo y más escudos defensivos ante “los malos y peligrosos”, que, curiosamente, siempre son “los otros”.
Rearmémonos… pero de valor para ser capaz de salir de la espiral de violencia sistémica, más que del odio que la incrementa;
Rearmémonos… pero de capacidad para usar correctamente las vías diplomáticas, más que de inteligencia destructiva y aterradora;
Rearmémonos… pero de tecnología capaz de inutilizar a distancia cañones, misiles…, más que de nuevos dispositivos que aumentan la capacidad de destrucción sin apenas mover un dedo;
Rearmémonos… pero de fraternidad que busca solventar los conflictos por el bien de todos –que vamos en el mismo barco–, más que de enemistad que sólo alimenta las ganas de venganza, de sometimiento y de poder…
Pero, ¿y para los que no recojan ese guante?, me diréis. ¿Pecamos de ingenuos?
No sé. Yo tampoco tengo las respuestas.
Pero sí que intuyo que pasa más por re–AMAR que por armarse más y más.
Ambas posibilidades no tienen fin; y toca elegir.