Se atribuye al escritor español Miguel de Unamuno la frase: “El progreso consiste en renovarse”. Y ciertamente que en los cambios siempre habrá una oportunidad para mejorar. Por ello quiero contarte que lo extraordinario de un proceso de transición, es el reemplazo en sí mismo. Tan solo pon en tu mente la imagen de un equipo olímpico de relevos, e imagina lo que sucede cuando la estafeta pasa de un corredor a otro y mientras quien entrega empieza a bajar la velocidad, la persona que recibe, mantiene la velocidad o incluso acelera.
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Hay un gran soplo de esperanza cuando se atestigua la fortaleza, empuje y capacidad que se logran cuando un nuevo equipo toma las riendas de la misión. Y más, cuando este proceso se realiza con respeto a lo realizado y con la mirada puesta en la misión que se tiene. A pesar de que los procesos de cambio en las estructuras humanas requieren de un tiempo de adaptación y aprendizaje, la experiencia de muchos años muestra que es lo correcto y lo mejor. En su naturaleza, la vida humana lleva en sí misma este proceso de cambio generacional.
Nostalgia y cariño
Esta semana se cumplió un año de haber entregado una función de carácter nacional en el movimiento laical de familias al que mi esposa y yo pertenecemos, responsabilidad que atendimos durante poco más de tres años. Como todo momento de transición, tuvo sus momentos de nostalgia, pero también, estuvo presente el cariño de quienes nos acompañaron en esa aventura y con quienes compartimos la alegría del deber cumplido, no por los frutos logrados o metas alcanzadas, sino por el esfuerzo dedicado a la misión.
Es muy grato al corazón observar cómo el equipo que nos relevó, está realizando un gran trabajo, poniendo todo su entusiasmo, talento y voluntad en cumplir su tarea pastoral. Han afrontado sus tareas con valentía e ingenio, en circunstancias extraordinarias que nadie esperaba y para las cuales, nadie estaba realmente preparado. Su compromiso con los objetivos generales y particulares, es extraordinario. Pero para que eso sucediera, ha sido necesario que cada una de las personas que tomaron posesión de sus nuevas responsabilidades, se dispusieran a capacitarse y formarse con determinación, y al mismo tiempo, que confiaran sus fuerzas a Dios, manteniendo con amor el Carisma que los une.
Conozco varios apostolados que realizan este ejercicio de transición con gran ánimo y abundantes frutos. Ojalá que en todos los apostolados sea así y evitemos “caer en un estilo de vida que los lleva a aferrarse a seguridades económicas, o a espacios de poder y de gloria humana que se procuran por cualquier medio, en lugar de dar la vida por los demás en la misión” (EG 80). Observando esto, reflexiono respecto a situaciones semejantes en la vida cotidiana y en ambientes comunes de nuestra sociedad, ¡cuánta falta hace este tipo de actitud (“dar la vida por los demás en la misión”)! Qué bueno sería que las nuevas estructuras que reciben responsabilidades, asuman sus tareas con humilde respeto a lo bien realizado por sus antecesores y con verdadera vocación de servicio a los demás, para poder servir y no servirse del poder.
Si tú has recibido una nueva encomienda, o has tomado la estafeta de alguna función, entrega tu mayor esfuerzo ante dicha responsabilidad y hazlo con profundo respeto para aquéllos a quienes está dirigido tu servicio. El apóstol Pedro nos escribe en su primera carta: “Apacienten el rebaño de Dios cada cual en su lugar; cuídenlo no de mala gana, sino con gusto, a la manera de Dios; no piensen en ganancias, sino háganlo con entrega generosa; no actúen como si pudieran disponer de los que están a su cargo, sino más bien traten de ser un modelo para su rebaño. Así, cuando aparezca el Pastor supremo, recibirán en la Gloria una corona que no se marchita.” (1 Pe 5, 2-4)
Que esa forma de ver la vida apostólica se manifieste también en la vida cotidiana, para que tu integridad y respeto a tus encargos, sean un ejemplo para las personas que te rodean, y así se cumpla el deseo de Jesús: “Hagan, pues, que brille su luz ante los hombres; que vean estas buenas obras, y por ello den gloria al Padre de ustedes que está en los Cielos”. (Mt 5,16)