El encabezado de la nota -“¿Cuánto tarda el Papa en confesarse? Tres minutos”- y la imagen que la acompaña -de rodillas, en un rústico confesionario, recibiendo la absolución de un sacerdote- son elocuentes: Francisco de seguro tiene muy pocos pecados, por eso no se demora en la confesión.
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Es cierto que, desde que se publicitaban las reconciliaciones de Juan Pablo II en las celebraciones penitenciales de la Cuaresma, el saber que los Papas, como cualquier feligrés, tenían que someterse a tal escrutinio, los hacían despojarse de su aureola casi divina, y los traía de regreso al mundo de los penitentes.
Pero, enterarnos de que Bergoglio lo hizo en tan breve tiempo nos remite, por fuerza, a imaginarlo casi un ángel, si acaso manchado de imperfecciones minúsculas, de detalles insignificantes que pueden expresarse al confesor -¡y recibir algún consejo, orientación o reprimenda!- en 180 segundos. De ser así, no pocos fieles impregnados, quizá, de una cultura que ya no acude a la palabra “pecado” sino utiliza más bien “áreas de oportunidad”, se preguntará: ¿entonces para qué se confiesa?
Contrasta el breve lapso de tiempo en que el Papa argentino acudió al sacramento reconciliador, con las recomendaciones que hace el mismo ritual de la penitencia, y que incluye, atención: preparación del sacerdote y del penitente, acogida del penitente, lectura de la Palabra de Dios, confesión de los pecados y aceptación de la satisfacción, oración del penitente y absolución del sacerdote, y acción de gracias y despedida del penitente. ¡Seis pasos tiene el rito! ¿Se podrán experimentar en tres minutos? Lo dudo.
Pero, más adelante la nota matiza: “El Papa se confiesa todos los martes en su casa de Santa Marta”: ¿también en tres minutos? Más allá de la duración del acto, sobreviene otra inquietud sobre la repetición del mismo: cada semana -platican de algún Papa que se confesaba todos los días-.
Y es que, en los orígenes de nuestra Iglesia Católica, los convertidos que decidían agregarse a la comunidad se confesaban… ¡una vez en la vida! De ese tamaño era la conversión que sentían. Con el paso de los años, de los siglos, la reconciliación o penitencia se fue convirtiendo más en una devoción que en el sacramento de la conversión radical.
El Concilio Vaticano II nos invitó a quitar de los sacramentos cualquier asomo de magia o procedimiento ‘fast track’ para conseguir la salvación. Ojalá recuperemos esa atinada invitación y ya no administremos el de la reconciliación -yo lo he hecho- en tres minutos o menos.
Pro-vocación
Pedir por el fin de la “guerra entre Rusia y Ucrania” es equiparar responsabilidades de ambas naciones en el conflicto. Sin negar los intereses económicos y políticos que están detrás de esos dos países, de la Unión Europea, de USA y China, etc., me resulta mejor orar por el fin de la “invasión de Rusia a Ucrania”, que es lo que se dio, y lleva ya más de un mes.