El Episcopado argentino celebró una nueva asamblea plenaria, y en el curso de la misma se convocó a familiares de víctimas de la dictadura. El objetivo fue escucharlos e iniciar así un camino, que se anticipó que sería largo, para seguir dando pasos hacia la reconciliación entre los argentinos.
Al avanzar en este tema, los obispos continuaron un recorrido que tiene muchos y notables antecedentes. Desde los primeros tiempos de aquella oscura etapa de la vida del país hubo obispos, sacerdotes y laicos que con valentía defendieron los derechos humanos.
Desde el momento mismo en el que se anunció que los obispos iban a dar este paso en su reunión plenaria, surgieron entre las instituciones defensoras de los derechos humanos y también desde algunos sectores de la Iglesia, voces críticas, algunas muy duras. Como suele ocurrir, las aclaraciones y las precisiones con las que se quiso responder a esas voces solo sirvieron para agregar más confusión. Un proyecto que quería ser un aporte positivo y necesario, se convirtió en una nueva frustración. Desde algunos ámbitos eclesiales se le echó la culpa a la comunicación, una vez más, y se dijo que el problema fue la forma en la que este tema fue presentado a los medios.
Probablemente sea verdad que el comunicado de prensa se pudo redactar de otra manera, pero reducir el “problema de la comunicación” a una mala redacción es no comprender lo que está en juego cuando se habla de “comunicación”. Lo realmente grave de este episodio, y lo que debería ser motivo de una profunda reflexión, es que ha quedado claro ¡una vez más! que lo que no se comprende es que la comunicación es un tema esencial para la Iglesia y que la reconciliación es un tema de comunicación. No se trata de dos cuestiones diferentes: por una parte nos reconciliamos y por otra comunicamos esa reconciliación. La acción misma de reconciliarse es una acción comunicativa.
Comunicarse para reconciliarse
Si dos personas están enfrentadas, la reconciliación pasará por la manera en que esas personas sean capaces de comunicarse. Si en una familia, o en un lugar de trabajo, surge un conflicto, el desafío será el mismo, comunicarse para restablecer los vínculos. Si hay una cuestión a nivel de la sociedad en su conjunto, entonces la cuestión se traslada al escenario de los medios de comunicación, a ese inmenso y complejo mundo que el papa Juan Pablo II llamó “el Aerópago contemporáneo”, el lugar en el que actualmente se gestan las transformaciones culturales.
Sí, el problema es la comunicación, pero no se trata de lo que se dice en un comunicado, sino del lugar que se ocupa, como institución, en ese concierto de voces que van plasmando día a día una opinión pública. Para incidir a nivel nacional y lograr dar pasos en el camino de la reconciliación, es necesario estar presente habitualmente y con profesionalismo en los espacios en los que se debaten estos temas.
La lucha por el respeto de los derechos humanos se ha trasladado a los medios. Es allí donde se gestan las agendas y los discursos que afectan la vida de todos. Por eso es necesario comprender la dinámica y los lenguajes de cada medio para estar presentes en ellos con idoneidad profesional. Las apariciones esporádicas no sirven, y cuando se trata de temas tan sensibles, confunden. Lanzar cada tanto frases o documentos sobre “la reconciliación de los argentinos” y luego llamarse a silencio, deja esas palabras en la boca de algunos periodistas, o “comentaristas de la realidad”, que las utilizan a su antojo sin que nadie esté habilitado para debatir, de igual a igual, con quienes distorsionan los mensajes eclesiales.
Una presencia permanente que nadie puede ignorar
Hombres como Angelelli, obispo de La Rioja que pagó con la vida su compromiso, o Novak desde la diócesis de Quilmes, no eran propietarios de poderosos medios de comunicación, pero sus voces eran escuchadas en todos los medios. ¿Por qué? Porque lo que decían, y cómo lo decían, era importante para lo que la sociedad estaba viviendo.
Lo mismo ocurre ahora con Francisco: ocupa todas las portadas por la manera en la que habla y los temas a los que se enfrenta. Es una presencia permanente de alguien que con claridad fija su punto de vista y eso obliga a los medios a tenerlo en cuenta. Más allá de la línea editorial que cada medio tenga, ninguno lo puede ignorar.
En todos los temas la comunicación es importante, pero cuando de lo que se habla es de reconciliación, la comunicación es esencial. Reconciliarse es comunicarse de determinada manera, cada palabra y cada silencio importan. Colaborar a la reconciliación de una sociedad implica asumir una manera de estar presente en los ámbitos en los que se encuentran los protagonistas y participar habitualmente de los debates que conmueven a la sociedad en su conjunto.
En el caso argentino, además, es necesario aceptar que hace falta una reconciliación entre la Iglesia como institución y numerosos actores sociales que no la aceptan como interlocutora y que la consideran parte del conflicto, no de la solución. El problema es la comunicación; el problema es la reconciliación; pero no son dos problemas, es uno solo.