La desescalada va aligerando el confinamiento por el coronavirus, encaminada a recobrar la vida ordinaria particular y social. Esta nueva situación que va surgiendo, demanda sentido común, sabiduría, y creatividad. Porque después del Covid-19, no todo va a ser igual, vendrá otra normalidad de vida, muy distinta a la que disfrutábamos antes de entrar en la pandemia.
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El nuevo contexto mundial que se avecina será tremendamente complejo en lo personal, social, laboral, económico, ecológico y cultural. Todos vaticinan que el proceso de recuperación ha de ser integral y sostenible, si queremos salvar a la humanidad, porque si algo hemos aprendido en este tiempo calamitoso, es que nadie se salva solo, todos estamos en la misma barca, que “navega en el mar” del medio ambiente y que formamos parte de la “Casa común”.
La superación del tiempo del Covid-19 será lenta y con muchos desajustes. Por eso, es preciso no sucumbir a temidas provocaciones como: la nostalgia de lo perdido, el miedo a lo que se nos viene encima y a los brotes de violencia que quieran imponer una determinada forma de Estado y sociedad.
Sin embargo, desde una lectura cristiana del momento por el que estamos pasando, hemos de afirmar con el papa Francisco: “Este es el tiempo favorable del Señor, que nos pide no conformarnos ni contentarnos y menos justificarnos con lógicas sustitutivas o paliativas que impiden asumir el impacto y las graves consecuencias de lo que estamos viviendo. Este es el tiempo propicio de animarnos a una nueva imaginación de lo posible con el realismo que solo el Evangelio nos puede proporcionar. El Espíritu, que no se deja encerrar ni instrumentalizar con esquemas, modalidades o estructuras fijas o caducas, nos propone sumarnos a su movimiento capaz de ‘hacer nuevas todas las cosas’ (Ap 21, 5)”. (Revista Vida Nueva, 17.4.2020).
Esta epidemia es una completa ruina en todos los ordenes de la vida. La mentalidad consumista del bienestar había adormecido al sujeto, que se ha visto zarandeado por un virus invisible no controlado y de pronto en medio de la calamidad, han surgido unos anticuerpos tales como: mayor conciencia de la vulnerabilidad humana, la humildad, el compañerismo, la generosidad, la interioridad, la austeridad y muchos otros antídotos.
Las otras epidemias
Pero no seamos ilusos, la fe no oculta los graves problemas y sufrimientos que encierra esta travesía del desierto. No podemos escribir la historia presente y futura de espalda al dolor de tantos hermanos y conciudadanos nuestros o desde la indiferencia. El coronavirus no solo produce enfermedad y muerte, trae consigo otras epidemias como son: el incremento real del paro que, en España en estos momentos, supera los tres millones de parados, con una tasa de paro del 14,41%, 0,63 puntos porcentuales en relación con hace tres meses (cf. INE). Además de la desaparición de gran parte del tejido empresarial, por lo que muchas empresas no podrán reiniciar la actividad económica. El aumento de la bolsa de pobreza entre la población más vulnerable. El incremento de la tensión social que comporta inestabilidad política muy difícil de pronosticar. Ojalá que también en este terreno brillen los anticuerpos necesarios de la justicia, la caridad, la solidaridad y la paz.
En fin, junto al desastre sanitario y económico brota un nuevo éxodo como dice el profeta Isaías: “Mirad que realizo algo nuevo… abriré un camino en el desierto ¿no lo notáis?” (Is. 43,19). Solamente Él sabe convertir “los males en bienes”. La Iglesia como “madre y maestra en humanidad” ha aprendido mucho en estos meses de confinamiento sanitario y ha aportado mucha luz en medio de tantas tinieblas. Ella misma se ha visto interrogada por la realidad terrible que todos hemos vivido y seguimos padeciendo. Ahora, cuando los españoles nos vamos abriendo hacia una “nueva normalidad”, como se está dando en otros países, es urgente que los discípulos de Jesús de Nazaret, seamos artesanos de “una civilización de la esperanza, contra la angustia y el miedo, la tristeza y el desaliento, la pasividad y el cansancio” (Francisco. 17.4.2020). Porque, cuando se pierde la esperanza, desaparecen las culturas y languidecen los pueblos.