A mediados de los años 70 Romain Gary, escritor francés de origen judío-ruso, ganó por segunda vez el premio Goncourt con una novela, La vida ante sí, que se proponía ser una reescritura de Los Miserables.
El protagonista es un joven de origen árabe, Mohammed (conocido como Momo) que es criado por una ex-prostituta judía, madame Rosa. Se mueven en el mundo de la periferia degradada de París, entre proxenetas, prostitutas, travestis, artistas callejeros y ladrones, un mundo muy marcado por una gran variedad étnica que anticipa los problemas actuales.
La mayoría de los personajes del libro viven en Francia clandestinamente, como los niños acogidos y criados en el refugio instalado en casa de Madame Rosa, que se ve obligada a dejar la profesión por su edad y se dedica a criar a los hijos de las prostitutas. Niños de distintos orígenes-abundan los musulmanes y africanos-pero todos en la misma situación de inexistencia oficial para el Estado Francés, ya que si fueran llevados a la oficina del registro serían asignados a un lugar de acogida por la indignidad moral de sus madres. En lugar de esto, a cambio de un modesto pago mensual a Rosa, las prostitutas pueden dejarle a los niños e ir a visitarlos en sus días libres, para seguir de cerca su crecimiento.
Este escenario muestra cómo Gary contrapone un mundo decadente, pero rico en humanidad, con el mundo ‘oficial’, implacable con los que fallan y en el que los conflictos no se pueden resolver por la inamovilidad de los antagonistas. En la parte más baja de la sociedad, en cambio, la lucha común por la supervivencia permite una convivencia unida y respetuosa incluso entre judíos y musulmanes, a pesar del conflicto de Israel.
Una solidaridad visible especialmente en la relación de amor profundo entre Rosa y Momo, una relación basada en el respeto mutuo entre las diversas creencias religiosas. Rosa procura que Momo reciba una educación musulmana confiándolo a un viejo vendedor de alfombras, Hamil, buen conocedor del Corán y lector apasionado de Los Miserables. Estas dos figuras-la vieja prostituta judía superviviente de Auschwitz y el anciano inmigrante marroquí- constituyen los pilares de la educación de Momo, una educación que le hará capaz de amar, de sentir compasión y de hacer sacrificios: de ser auténticamente humano.
En la desintegración de cada grupo, de cada identidad, en este magma humano que soporta y hace cualquier cosa por sobrevivir, cada uno mantiene su identidad religiosa, pero no como reivindicación. Todos se reconocen como hermanos en la búsqueda de una protección más allá de la muerte.
Es un libro que hay que volver a leer, porque hace reflexionar: hoy en día en estos mismos banlieues las relaciones entre judíos, musulmanes y cristianos son una fuente continua de tensión que a menudo desemboca en la violencia. Ciertamente que en la novela la franja de separación con los franceses se presenta tan profunda como insalvable, pero el mundo de los marginados parece aún más unido, muy lejos de las divisiones políticas y los asuntos propios del gobierno. Momo habla el árabe y el yiddish mejor que el francés, conoce bien el animismo y el sentimiento de tribu de los africanos, aunque también es cierto que solamente conoce a los cristianos a través de los ojos de otras personas.
La riqueza de este libro está en el hecho de que él es el narrador, el mundo se ve a través de los ojos de un niño que al mismo tiempo conoce todos los males y está lleno de ingenuidad. Algo que se refleja por ejemplo en la creencia que tiene de que todas las relaciones entre mujeres y hombres son como el único arquetipo que conoce, la relación entre prostituta y protector.
Un libro que puede ayudar a comprender mejor a los numerosos niños que llegan a las costas europeas pidiendo ayuda y protección.