Diez años después de su muerte, finalmente se presentó, el 13 de noviembre en una rueda de prensa en Roma, el primer volumen de las obras de Chiara Lubich, ‘Palabras de Vida’, que recoge cerca de 350 meditaciones sobre los evangelios escritas en un largo período de tiempo, entre el inicio de la experiencia de la fundadora de los Focolares hasta 2006. Seguirá la publicación de textos autobiográficos (diarios, pensamientos, meditaciones) de las conversaciones y una recopilación de discursos públicos y entrevistas.
Se puede decir por fin por qué la fundadora de un movimiento amplísimo por su número de seguidores y muy extendido por todo el mundo nunca ha sido considerada sujeto de un pensamiento interesante, que merecía ser leído y discutido.
Como sucede muchas veces a las mujeres, se la admiraba por su bondad y su capacidad de organización, olvidando que Lubich –como recordó Piero Coda en la presentación– ha sido protagonista de una revolución del pensamiento: ‘Repensar el pensamiento’ fue, de hecho, uno de sus eslóganes. Qué significaba repensar la economía, repensar la política, repensar el diálogo entre religiones, incluso la reforma de la Iglesia. Todas iniciativas que comenzó, con gran valor y determinación, siguiendo la inspiración que le venía directamente del Espíritu.
Semilla de cambios
Por supuesto Chiara ha sido una importante figura carismática, pero también una gran intelectual católica, que preparó y sugirió muchas de las novedades conciliares, y ha sembrado las semillas de los cambios que aún quedan por realizarse.
Como una reforma que supere el hermetismo de una Iglesia centrada exclusivamente en la jerarquía –y en esto está muy cerca del papa Francisco– o una mayor apertura respecto al papel de las mujeres. Apertura de la que ella misma, con sus compañeros, es punto válido de referencia, habiendo sido, sin duda, la primera mujer en asumir la carga de cabeza carismática de un movimiento así de importante y vasto, del cual forman parte también religiosos y sacerdotes. De hecho, así ha creado una realidad que derrocaba las jerarquías tradicionales, abriendo a los laicos –y sobre todo a las mujeres– roles revolucionarios.
El pensamiento de Chiara merece, por tanto, ser contado y leído con interés, para restituirle ese rol de innovadora lúcida, de intensa personificación del catolicismo en un momento de crisis. Un rol que ha tenido y ha realizado a través de una serie de propuestas y de análisis que pueden ser de ayuda a toda la Iglesia, y no solamente a los seguidores de su movimiento.