Mi hermano sacerdote salesiano, René Quemener, francés, vio segada su vida violentamente a los 89 años de edad. Un coche le atropelló, hace unos meses, mientras atravesaba correctamente un paso de peatones.
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En el barrio popular de la ciudad de Lille donde vivía, la consternación fue enorme, particularmente entre la comunidad musulmana.
Y es que René, durante sus muchos años de jubilado, había creado un tejido de relaciones humanas de una intensidad inédita. No se dedicó a organizar congresos, coloquios o encuentros teológicos. No organizó ni puso en marcha obras sociales o educativas. Se limitó, –¡se limitó!, como si fuera poco– a ofrecer su presencia amistosa, a prestar su oreja para escuchar pacientemente, a saludar con abundancia, a dar una palmada en la espalda y a pronunciar una palabra de ánimo a quien la necesitaba, a poner su hombro al alcance del afligido que necesitaba apoyar su cabeza. En suma: amó, dio cariño y afecto, estableció lazos de amistad. Y no lo hizo institucionalmente, sino como un abuelo más del barrio: el abuelo del barrio.
Es cierto que también frecuentó y favoreció lo comunitario y asociativo, pero lo que le caracterizó fue el “estar” y su manera de estar. Si al diálogo islamocristiano le hiciese falta un patrón, yo le propondría a él.
Hay quien no cree en ese diálogo, seguramente porque no conoce ni personas ni situaciones en las que es una realidad viva y apasionante. O porque cree que el diálogo es una especie de debate televisivo o una suerte de “disputatio universitaria”.
Hay que encontrar a los muchos “René” que pululan en nuestras ciudades y pueblos para darse cuenta de que el diálogo, si es verdad que debe llegar hasta el cerebro, sin embargo, se inicia en el corazón, pasa por él y acaba en él.
El diálogo es una actitud
Más que un acto, el diálogo es una actitud. Actitud de escucha y de apertura, de estima y aprecio del que es diferente, de benevolencia y positividad en relación al otro. En resumen: el diálogo implica mirar y reconocer al otro con los ojos de Dios, tal como Él nos mira y acoge.
René tuvo un entierro como cristiano, religioso y sacerdote, en una solemne y concurrida eucaristía. Pero, a renglón seguido, la comunidad musulmana quiso rendirle homenaje con una no menos solemne ‘sadaqa’, banquete fúnebre en el que musulmanes y cristianos rezaron juntos.
“San René”, tejedor de diálogo, ruega por nosotros.