Este 2024 es el 150 aniversario de la fundación de las Siervas de San José. Este grupo de mujeres consagradas fundado por Bonifacia Rodríguez de Castro y el jesuita Francisco Javier Butinyà fundamentan su seguimiento a Jesús de Nazaret sobre todo en la evangelización del mundo obrero, con especial sensibilidad por la mujer. Pero hacen mucho más, y cada año preparan con gran amor y dedicación un encuentro de Pascua en Candelario, un bellísimo pueblo de Salamanca al que, si no has ido, te recomiendo que vayas. Pero no solo he pasado estos días con ellas, sino que también ha estado gran parte de mi comunidad, de esa “familia que se elige”, como se dice mucho en la familia Josefina. Estas personas de las que últimamente me he alejado un poco, pero que en incontables ocasiones han sido mi aliento, el espejo en el que me miro y un consejo de sabias que saben acompañarme con amor en mis errores y aciertos.
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Empezó el encuentro en uno de mis días favoritos del año, el día del amor fraterno. No podía ser de otra forma. “Nadie tiene mayor amor que quien da la vida por sus amigos (Jn 15, 13). Este versículo me acompaña cada vez que me descubro afortunada de poder vivir mi fe en una comunidad tan valiosa. Una comunidad de vida, de fe, de acción y de bienes con la que construyo Iglesia, que respeta mis ritmos y que se mantiene fiel y comprometida a lo verdaderamente importante. En este Jueves Santo, todo esto cobró sentido una vez más, pero también de manera excepcional. Apapachada por esta comunidad, me he permitido a mí misma después de mucho tiempo enfocar la mirada y abrir el corazón a lo que Jesús me decía y no estaba escuchando, desde la libertad y el AMOR (sí, con mayúsculas).
Luz del mundo
A lo largo de estos días he sido acompañada por un Jesús extraordinariamente divino en lo profundamente humano que, como yo, siente alegría, soledad, placer o miedo. Un Jesús rodeado de gente querida que desafía las tradiciones y el orden del Séder, instituyendo la eucaristía. Que, desde el sufrimiento desgarrador de la pasión y la muerte en la cruz acoge las miserias de la humanidad, entre las que se encuentran las mías propias. Para acabar dando el paso del odio al perdón, de las tinieblas a la luz. En definitiva, de la muerte a la vida. “Yo soy la luz del mundo; la persona que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12). Todo cobra sentido, también en mi proceso. Estos días me han dado algunas respuestas y me han cargado de nuevas preguntas. Supongo que así son los ciclos litúrgicos, que se entrelazan con el propio ciclo de mi vida.
En esta ocasión, mis rostros de Dios han sido las siervas. Están atentas al mínimo detalle, y tienen una forma de orar muy en sintonía conmigo. Me acercan a Dios a través de su forma de vivir la fe desde la realidad y desde su lucha incansable por la igualdad y la justicia social. Me ayudan a encontrarme en mi propia vida, en mi propio trabajo y en los demás espacios en los que estoy. Me hacen conectarme de nuevo con el Evangelio en una etapa en el que mi fe en el mundo no está en su mejor momento. Considero que, si este tipo de encuentros supone un inicio, y no un fin, tienen aún más sentido. Así que me alegro de haberlo compartido con tanta gente que es agua de vida y luz que alumbra el mundo. “Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de la casa” (Mt 5,14). Y así rezaba el título de este encuentro de pascua tan especial, ‘Como una luz’. Estas palabras son también mi pequeño homenaje hacia este trocito de la Iglesia que tanto me ha aportado. Gracias, gracias y gracias por estos 150 años tan bien invertidos. Ahora, toca afrontar este último empujón del curso desde este paso, que acompaña en mi vida una gran recolocación y renovación. Siempre en comunidad.