(José Lorenzo– Redactor Jefe)
“Sostienen algunos entendidos que la mala imagen actual del conjunto de la Iglesia en España se debe, sobre todo, a que los medios de comunicación están demasiado pendientes de lo que dice la jerarquía eclesial. Hay torrentes de sentido común en el Pueblo de Dios que no encuentran eco mediático, y claro, pasa lo que pasa”
Claudio Mari Celli, presidente del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, ha invitado este pasado Adviento a los periodistas “a vivir tiempos y espacios de silencio para escuchar la voz de Jesús, que nos habla al corazón”. “Sólo en el silencio –añadía Celli– se asumen de manera más consciente las propias opciones; en el silencio se escucha la voz de Dios. Así podremos ser auténticos portadores de su Palabra”.
Imagino al borde de un aneurisma cerebral al encargado norteamericano ante la Santa Sede de traducir para su Departamento de Estado y, de paso, para Wikileaks, este ruego tan contracorriente de lo que es el quehacer periodístico. Y, sin embargo, cuánta razón tiene Celli. Ojalá le hicieran caso no sólo los periodistas.
Sostienen algunos entendidos que la mala imagen actual del conjunto de la Iglesia en España se debe, sobre todo, a que los medios de comunicación están demasiado pendientes de lo que dice la jerarquía eclesial. Hay torrentes de sentido común en el Pueblo de Dios que no encuentran eco mediático, y claro, pasa lo que pasa. Así pues, me apunto a la iniciativa de Celli para crearme un pequeño espacio de silencio en este pequeño escaparate y no hacer caso de algunas sonadas declaraciones y afirmaciones episcopales de estos últimos días, y eso que la tentación es muy grande pues la mezcla de géneros expuestos roza la ciencia ficción.
Y, en este silencio, tres imágenes, también recientes. Una, la de un cura anciano que “bendice” al joven ayudante de la carnicería, que le acaba de confesar que ha dejado embarazada a su novia, pero que ni se le ocurre casarse por la Iglesia. “Anda, procura ser buen padre, eh”, le ruega el sacerdote. Otra, la de ese grupo de fieles, laicos y consagrados, hombres y mujeres, que levantan acta pública de la muerte en el olvido de un sin techo de 32 años. Y la tercera, la de esa familia, tradicional a más no poder, que acoge, por segundo año consecutivo, a ese joven inmigrante que no puede ir a pasar las Navidades a su país. Es gay y siempre lleva la voz cantante cuando toca arrancarse con los villancicos.
Tres imágenes, como tantas otras que llenan la vida de nuestra Iglesia, rescatadas del anonimato y en donde resuena esa voz que nos anuncia Celli, ésa que nos habla al corazón.
En el nº 2.736 de Vida Nueva.