Jesús Manuel Ramos
Coordinador de la Dimensión Familia de la Conferencia Episcopal Mexicana

Revalorar nuestro ser


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Últimamente me he percatado de que la televisión “a la carta”, está repleta de películas y series que colocan a la Iglesia católica como la enemiga a vencer, muchas de ellas ambientadas en la edad media, otras en el presente, y algunas incluso, con visiones del mundo futuro. Todas ellas, muestran a la Iglesia como una organización con gran ambición de poder y riquezas (cueste lo que cueste), acciones que contrastan con su mensaje de amor, fraternidad y preocupación por los más débiles.



En el contexto actual, lo religioso se encuentra muy desprestigiado, al grado de que la pederastía se puede asociar en automático a un sacerdote, y ser una persona religiosa permite que, sin mayores méritos, te señalen de mantener una actitud retrógrada. Este tipo de entorno cáustico lleva a muchas personas a ocultar su fe, a perder todo interés por desarrollarla y mucho menos por testimoniarla. Y esa es la gran victoria de quienes promueven dicho ambiente.

En consecuencia de lo anterior, a veces actuamos como si tuviéramos vergüenza de manifestar nuestra fe, como si nos sintiéramos inferiores a los demás por los valores con que hemos sido educados, tal como la responsabilidad, la humildad, la verdad, el respeto a la dignidad de los demás y el respeto a la vida y a toda la creación. Y lo digo porque muchas veces nos quedamos callados ante las injusticias contra nuestros hermanos, no señalamos las mentiras con que tratan de engañar a nuestros hijos, y aceptamos, agachando la cabeza, las obras mal intencionadas de las instituciones que nos deberían proteger.

Si tú has recibido el bautismo, eres parte viva de la Iglesia, y una parte muy valiosa. Aún con todos los errores que tenemos, a pesar de nuestras debilidades e imperfecciones, somos piedras vivas de esta Iglesia presente y actuante. Sin tratar de esconder la historia, somos los depositarios del hoy y constructores del mañana, por lo que debemos confiar en la promesa de Jesús cuando dijo que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella (Mt 16,18). Bajo esa promesa, ¿qué nos da miedo?

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Nuestro Señor Jesús, nos enseñó a valorar y respetar la vida, al grado que se la devolvió a algunas personas (Mc 5,39), nos enseñó a cuidar con misericordia a nuestros enfermos, devolviendo la salud a muchos (Lc 17,12), nos enseñó a cuidar y respetar a nuestros niños (Mt 18,5-6), nos mostró su aprecio por el matrimonio (Jn 2,1-11) y sobre todo, el valor de la familia, al permanecer la mayor parte de su vida, viviendo esa hermosa experiencia de tener un padre y una madre.

Seamos personas de intensa oración, sepamos anunciar el Reino, pero también denunciar lo que va en su contra. Ofrezcamos nuestro esfuerzo en la buena batalla (1 Tim 18-19), y no callemos la voz ante las injusticias y malas intenciones. Pero sobre todo, hagamos la parte que nos corresponde en el interior de nuestras familias, pues ninguna ley tiene efectos cuando la conducta no lo amerita, me explico: una ley a favor del aborto no sería tema de discusión, si nadie agrediera a una mujer, si todos estuviéramos convencidos de la importancia de la vida gestante, y si a través de herramientas como la teología del cuerpo, se previniera toda situación de embarazo no deseado. Una ley que permite que dos hombres o dos mujeres se casen, no tendría por qué inquietarnos si la educación de nuestros hijos desde casa, les condujera a vivir su sexualidad en armonía con su naturaleza biológica y social.

Si podemos mostrar la verdad a nuestros hijos, las mentiras quedarán expuestas y no los manipularán. Pero ello se puede dificultar mucho si hemos cedido a las instituciones la tarea de educar en valores. Quizá nuestro mayor miedo ante los embates de las leyes, sea por no poder recuperar ese rol de educadores que hemos ido entregando con los años. Te invito pues a revalorar tu ser, a dar testimonio en tu hogar, mediante un compromiso real en la transmisión de los valores del Reino, y al mismo tiempo, dejar clara tu postura respecto a las injusticias y abusos de las estructuras de poder que nos rodean.