El pasado 14 de Septiembre se celebraba el 40º aniversario de la publicación de la encíclica ‘Laborem exercens’. Tengo la sensación de que ha sido un aniversario poco aprovechado para revisitar la Encíclica y volver a sus enseñanzas. Por ello me propongo ahora ofrecer las impresiones que he tenido al releer por completo la Encíclica después de muchos años sin haberlo hecho.
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He de confesar que esta es la primera encíclica que leí en mi vida y que en su momento me impactó muchísimo de modo que sus acertadas palabras sobre el trabajo me ayudaron a tomar decisiones importantes en mi vida y a comenzar a dar importancia a una Doctrina Social de la Iglesia que desde entonces a formado parte de mi quehacer profesional y vital.
El primer elemento que me ha venido a la mente en esta revisita, es la actualidad de la Encíclica y la oportunidad de una relectura en un momento como en actual en el que el economicismo domina tantos aspectos de nuestra existencia (y evidentemente también el trabajo). También me ha llevado a recordar muchas de las palabras de Francisco para el mundo del trabajo que están impregnadas totalmente del espíritu y de los contenidos de esta Encíclica.
En mi relectura, la cuestión más importante que he vuelto a recordar es que el trabajo es una parte esencial de la persona, algo que nos hace ser más y mejor personas. Todos estamos llamados al trabajo y este es uno de los elementos que nos distinguen del resto de criaturas de la creación. Aunque a algún lector le parezca obvia esta afirmación creo, sinceramente, que ha sido olvidada en el mundo actual que vive a espaldas de esta realidad.
Porque, como nos recuerda la Encíclica, somos seres llamados al trabajo en su doble dimensión, la objetiva y la subjetiva. La primera nos anima a colaborar en la acción creadora de Dios en la tierra, a mejorar lo que nos encontramos, a ponernos al servicio de los demás aportándoles bienes y servicios que sean útiles para ellos, a cooperar en el progreso de una sociedad para que nuestra vida en ella sea cada día mejor…
Desde este punto de vista, nuestro trabajo es parte de cómo colaboramos a que la tierra sea un lugar agradable para vivir, un lugar en el que todos tengamos cabida y en el que las circunstancias que nos rodean sean positivas para nosotros, para todos los que compartimos el momento histórico actual y para aquellos que lo harán en el futuro.
Más nosotros mismos
Pero la dimensión clave del trabajo es la subjetiva (como reconoce la misma Encíclica) porque a través de él trabajo nos hacemos más y mejor personas. Llevar a cabo un trabajo nos permite realizarnos como lo que somos, llevar una vida plena, sentirnos reconocidos y poder dar a los otros para ser cada vez más nosotros mismos. Si pudiendo, dejamos de trabajar, nos cerramos a nuestra plenificación como personas y quedamos abocados a la infelicidad y a alejarnos del camino que lleva a la sabiduría y a la felicidad.