Uno de los textos que más inquietud causaron en muchos creyentes, sobre todo cristianos, fue el del difunto José María Mardones: ‘Matar a nuestros dioses. Un Dios para un creyente adulto’ (PPC, 2007), En él, cuestionaba no el valor de la oración de petición, sino las formas que utilizábamos para expresarla, y el concepto de Dios que ella reflejaba. El español se oponía a la idea de un dios intervencionista, capaz de inmiscuirse hasta en los más mínimos asuntos humanos si así se lo solicitábamos.
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Influido, lo reconozco, por ese libro, escribí en tiempos de pandemia (¿Tiene futuro la Iglesia Católica? Su actuación ante la situación actual, PPC, 2022): “Y continuando con la oración. Varios teólogos apuntaron lo que ya indicaba Mardones, y que hemos comentado al inicio de este ensayo: en vez de pedir, desear; acabar con la costumbre de decirle a Dios lo que debe hacer, para pasar a reconocerle, con humildad aunque también con perplejidad, siempre presente en nuestra historia; encomendarle más nuestros problemas y preocupaciones, y menos decirle las soluciones que esperamos de Él“.
Estos pasajes los recordaba ahora que, hospitalizado por serios problemas de salud, Francisco de Roma es el objeto de nuestras oraciones. Católicos y otros que ni siquiera son creyentes, obispos y laicos, gobernantes y ciudadanos de a pie, todos elevan sus plegarias por el Papa argentino. Quitando a los que -pocos, eso creo, eso espero- suplican que ya fallezca o, al menos, se agraven sus malestares físicos para que se vea obligado a renunciar de una buena vez, una inmensa mayoría pide, pedimos, por su restablecimiento.
Pero: ¿qué esperamos de Dios, al dirigirnos a Él con esa petición? ¿Informarle lo que está sucediendo, porque está distraído, preocupado por la Franja de Gaza, o por las locuras, cada vez más peligrosas, de Donald Trump? ¿Queremos que Él haga un milagro, y le regrese a Bergoglio la salud plena? ¿Por qué Dios sí va a curar al Papa y no a los millones de enfermos en el mundo, por los que también se pide su intervención?
Creo que el dicho: “A Dios rogando y con el mazo dando” nos viene como anillo al dedo. Si nuestra oración de petición consiste en dejarle a Dios la responsabilidad en la solución de todos los problemas, escabulléndonos nosotros de ella; si queremos que Él rompa las leyes naturales -todos los seres humanos vamos a enfermar y a morir, si es que no fallecemos en un accidente o de manera intempestiva-; y, todavía peor, si pensamos que, gracias a nuestras promesas y sacrificios, Dios va a hacer lo que nosotros queremos, tal oración de petición no tiene el mínimo sentido.
Pero, si en vez de pedirle por la recuperación del Papa se lo encomendamos y, llenos de fe y humildad, se lo depositamos en sus manos misericordiosas, Él sabrá lo que es mejor para el sucesor de Pedro y para su Iglesia. Dios, no lo olvidemos, más que intervenir, acompaña; no resuelve, sino que nos ayuda a solucionar problemas; respeta de manera activa, dinámica, invitándonos a hacer lo mismo con Él, con la naturaleza y con los demás.
Pro-vocación
En mi libro, ‘La pastoral del papa Francisco en diálogo con la Filosofía Intersubjetiva. Coincidencias y desafíos‘, de próxima publicación (PPC), ofrezco los que, en mi opinión, serán los retos pastorales que deberá enfrentar la pastoral post-Francisco de Roma. Más que montarme en la ola sucesoria, reconozco lo inevitable, que ojalá tarde todavía mucho. Los iré compartiendo en las futuras entregas.