Ya próximos a iniciar las cuatro semanas que nos separan de Navidad, muchos comercios ya se han vestido de blanco, verde y rojo para vender sus productos y hacernos correr en búsqueda de la felicidad de otros y/o la personal. Sin embargo, sabemos con certeza que en lo material no la vamos a encontrar y que uno de los mejores regalos para que la felicidad se nos devele y multiplique en el alma está en rescatar y revivir los ritos de preparación para la venida del Señor.
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Como seres encarnados y multidimensionales, como seres sociales y vinculados con cosas, lugares, ideas e historias, necesitamos “en vena” la seguridad que nos da lo conocido, lo repetido de generación en generación, las tradiciones y todos los signos visibles e invisibles que nos permiten palpar lo humano y lo divino que somos y que estamos llamados a sembrar.
Salvavidas muy eficientes
Desde lo puramente sensorial, detenernos a cocinar galletas, a prender una vela, a armar un pesebre, a mandar tarjetas de saludos, a visitar familiares enfermos, a seguir un calendario, a adornar un árbol, etc. nos produce una ruptura con la locura del rendimiento y la vorágine actual. Son manualidades aparentemente nimias, pero en realidad son salvavidas muy eficientes para no ahogarnos en el estrés, la enfermedad y la soledad. Las costumbres tradicionales de Adviento nos recuerdan que somos más que máquinas corriendo por consumir y aparentar. Un solo adorno puede ser un portal para traer a la memoria recuerdos significativos que nos despierten de la anestesia y permitirnos reconectarnos con nosotros mismos y con los demás.
Desde el punto de vista psíquico, el vivir costumbres de Adviento, como pueden ser preparar los cantos, orar en familia o asistir a una iglesia, nos arropa de pertenencia y nos protege del frío del desamparo y el sin sentido actual. Las rutinas y ritos nos permiten transitar por terrenos que otros anduvieron, que los sostuvieron y que nos permiten beber de su legado para construir el nuestro para los que vendrán. No fuimos arrojados a la vida ni a un presente desprovistos de apoyo; hay cientos que nos precedieron y que podemos tocar espiritualmente cuando coincidimos en un ritual.
Los ritos dan sentido
Si ahondamos en lo racional, Byung-Chul Han, en su obra ‘La desaparición de los ritos’, argumenta que los ritos son esenciales para estructurar la vida comunitaria y dar sentido a las experiencias humanas. Muchos de ellos provienen, en efecto, de vivencias dolorosas, pero que, al ser narradas y compartidas, nos ayudan a resignificar nuestras propias vidas con su adversidad y desafíos. Solo así vamos aprendiendo a repetir las virtudes anteriores, a recuperar confianzas, a promover encuentros, a solidarizar, a compartir y a disfrutar el ocio de las celebraciones en gloria y majestad. De algún modo, sacamos de las garras del comercio a la Navidad.
Y, desde la dimensión espiritual y religiosa, los ritos de este tiempo son una verdadera estrella de Belén que nos recuerda dónde está la luz y dónde no. Cada vela que se enciende nos permite priorizar lo importante de lo superficial, el amor de la pura vanidad; la comunidad versus la individualidad; el gozo versus el placer que otorga la vivencia de la paz y la libertad real; la autenticidad con el sueño de Dios versus el “like” de una red social. Los ritos son pistas para desandar los caminos errados que nos ofrece el marketing y nos traen de vuelta a lo sagrado, lo esencial y la fraternidad.
Cocinar con los tuyos
Si aún no te convences de los beneficios de recuperar y vivir ritos, haz la prueba de cocinar un pan navideño con tus hijos, amigos o nietos y verás que el dulzor permanece en el corazón por mucho más tiempo que un producto de delivery fenomenal. Su “marca” será eterna y trascenderá por generaciones, irradiando plenitud y bienestar.
De paso, y probablemente lo más importante, es que, al vivir los ritos, hacemos un alto en el tiempo y en la cotidianeidad, y dejamos espacio gratuito para que Dios, efectivamente, pueda entrar en nuestra existencia y bendecirnos con su alegría, esperanza, paz y libertad, con la sencillez y ternura que tanto anhelamos.