El mapa
Aunque, geográficamente hablando, el cristianismo nació propiamente en Asia, por mucho que Israel compita en Eurovisión es innegable que culturalmente se han impuesto las formas y las costumbres latinas. No es menos cierto, que puede que nos encontremos en un momento histórico en el que las iglesias particulares están recuperando algunos elementos de su identidad más genuina. Ciertamente, el gran continente asiático no solo goza de grandes y antiguas tradiciones espirituales, sino que también el cristianismo tiene profundas raíces.
Tampoco debemos olvidar que la situación sigue siendo difícil en lugares como China, la India y los países musulmanes que la circundan o Vietnam. Ahora bien, el trabajo de los primeros evangelizadores –siguiendo la estela del apóstol Tomás– o de los grandes misioneros –desde san Francisco Javier hasta los dominicos, franciscanos o jesuitas… que tantas veces surcaron el Índico– se percibe en el ambiente.
Las comunidades cristianas asiáticas, sin apenas sacerdotes y formando parte de la minoría más pobre, han mantenido el rescoldo de la fe en el Resucitado. El uso de algunas liturgias orientales o la pervivencia del rito tridentino de la misa –incluso sin necesidad de esperar un “Summorum Pontificum” a medida– han alentado ese fuego que es la fe sencilla de quien vive la fidelidad más allá de la conveniencia social.
El viaje
Descartada la visita a la India, Francisco ha mantenido el viaje programado a Bangladesh y ha incorporado Myanmar, tras el acercamiento que el Vaticano ha tenido en parte gracias a la líder Aung San Suu Kyi. Además, los continuos llamamientos del pontífice reclamando la atención internacional sobre los refugiados rohingya pueden haber influido también de forma decisiva a la hora de configurar el programa definitivo y algunas de las sorpresas que nos encontremos en estos días.
Esta semana se presenta intensa para el Papa, que se encontrará con las pequeñas comunidades cristianas de estos dos países, se reunirá con las autoridades, visitará una casa de la Madre Teresa, saludará a un grupo representativo de monjes budistas, ordenará a nuevos sacerdotes, rezará por la paz junto a musulmanes… Parte de su mensaje lo ha adelantado en un vídeo en el que subraya que “los creyentes estamos llamados a promover el respeto recíproco entre nuestras religiones, sosteniéndonos unos a otros como miembros de una única familia humana”. No será la última vez que oiremos palabras similares de aquí al 2 de diciembre.
Es la tercera vez que un papa viaja a Bangladesh. Pablo VI visitó Dhaka en 1970 –entonces era una parte de Pakistán inicial– y Juan Pablo II estuvo en noviembre de 1986. Será la primera vez que un pontífice llegue a la antigua Birmania.
La persecución
Los evangelios anuncian de forma clara la persecución para quienes emprendan en camino del Reino de Dios iniciado por Jesús. Los ataques extremistas en Bangladesh han sido –y siguen siendo– una constante desde los años 80; tanto que ha llevado al país hasta plantearse el hecho de abandonar el Islam como su religión oficial para forzar así la paz social. En este escenario, el número de bautismos y conversiones no ha hecho más que crecer.
Por su parte, en Myanmar el cristianismo se encuentra difuminado en un país que busca su identidad entre las más de 135 etnias que lo forman. Los intentos de un gobierno independiente de China encuentran las resistencias de las mayorías que intentan vivir de espaldas, sobre todo, a las minorías musulmanes y de un ejército poco colaborativo.
En uno y otro país el cristianismo tiene el rostro de las minorías empobrecidas, de quienes en el mundo rural, buscan salir adelante ofreciendo una mano tendida a la reconciliación y a la paz.