José Luis Pinilla
Migraciones. Fundación San Juan del Castillo. Grupos Loyola

Sababia frente al Ministerio del Interior


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‘Sababia’ es una palabra árabe que puede traducirse precisamente por ‘juventud’. De esto hablo, un poco más extenso que lo habitual porque merece la pena extenderse para defender a los jóvenes migrantes, menores y extutelados.



Soufiane vino a la concentración frente al Ministerio del Interior reclamando la reforma del reglamento de la Ley de Extranjería. Lo hizo desde Huelva donde se encuentra trabajando en el campo (trabajo que los españoles no queremos). Soufiane pidió a su jefe permiso para poder desplazarse a Madrid para reclamar por sus derechos a un futuro, derecho a poder seguir trabajando. Soufiane lleva meses trabajando pero su contrato es temporal, por lo que no puede renovar su tarjeta de residencia ya caducada, pues se le exige contar con un contrato de trabajo de un año a tiempo completo y salario mínimo interprofesional. Pronto Soufiane se quedará sin trabajo y sin papeles. ¡Cuánto dolor se puede ver en su cara! Dice –con razón– “que no hay derecho, que él está trabajando muy duro, y que después, ¿qué va a ser de mí?”.

Antes fue en Barcelona. Y decenas de menores, chavales y jóvenes migrantes de la Bahía de Cádiz y Jerez –tras un viaje en nocturnidad y sin alevosía–, para llegar bien de madrugada a Madrid. Tras ese viaje a medianoche (que a algunos les recordaba las noches en pateras) junto a otros también de Valladolid, Barcelona, Euskadi y Extremadura. Se acercaron primero a una parroquia, a San Carlos Borroneo (gracias Javi, Patuca…), para sentir la hospitalidad. Y luego caminar hacia el centro madrileño tras dedicar unos momentos para escribir sus gritos en pancartas y acercarlas, por escrito y a viva voz, ante el Ministerio del Interior: Papeles para todos. Muchas asociaciones convocantes, cerca de trescientas, exigiendo que se cumplan los derechos de menores migrantes y ex-tutelados.

El poli bueno y el poli malo

A veces da la impresión que en el Gobiernos hay –como en muchas películas– un poli bueno y otro malo.

El ministro de Inclusión y Migraciones, Escrivá, había fomentado un buen inicio de reforma del Reglamento de Extranjería como denunciaban en un documento las entidades convocantes: “Una respuesta de justicia social a la situación de indefensión en la que se encuentran miles de jóvenes sin apoyo familiar y social que al cumplir la mayoría de edad no han podido regularizar su situación administrativa por las trabas que impone el actual Reglamento, impidiendo su integración social, educativa y laboral”., En base a esta realidad, los colectivos firmantes pedían se acelerase la aprobación del reglamento. Un actuación en este caso del “poli bueno”, que podría facilitar la promesa de cambios importantes, como indica el Servicio Jesuita de Migrantes, entre otros muchos.

Pero entra en juego el “poli malo”, el Ministerio del Interior, obstaculizando la reforma con miedo a los efectos llamada y otras prevenciones de imagen y según en qué tiempos se digan las cosas –por ejemplo que no coincida con la devolución de menores en Ceuta y Melilla– que dejarían deshilachada la reforma. Allí recordaban y reclamaban: “¿Quién recoge el tomate? ¡ Los sin papeles! ¿Quién recoge la fresa? ¡Los sin papeles!”.

Metidos en la concentración, las pancartas reivindicativas se convertían en reivindicaciones verbales, por ejemplo, ante la buena acogida del Defensor del Pueblo, a quien escucharon nerviosos, pero mostrándose tal cual son y donde recibieron palabras de aliento, porque “sois jóvenes” y “porque sois útiles y os necesitamos”. Ellos se manifestaban posteriormente ante la valla del ministerio, de manera verbal o escrita. Para sacar afuera, junto a las asociaciones, muchos sentimientos dolorosos y reivindicativos en justicia. Por ejemplo, este: “Cada día que pasa tiene consecuencias nefastas en la vida de estos y estas jóvenes que desean estudiar o trabajar y no se les permite con la actual normativa”, señalaba el manifiesto común. Una realidad que genera hartazgo y desesperación en el colectivo. Cada promesa no cumplida es un paso atrás en la lucha por el cumplimiento de los derechos de los menores migrantes, es cerrar una puerta a un chico que necesita respuesta en ese momento, una respuesta real e inmediata, a un chico que está en una situación muy vulnerable no le vale que una promesa se posponga.

Las palabras de una abogada

De sentimientos también me habla, en este caso, una gran abogada de Pueblos Unidos, Marta: “Mis sentimientos durante la concentración estuvieron encontrados. Cuando empezaron a llegar los autobuses desde los distintos territorios del Estado sentí tristeza por ver a tantos jóvenes que se encuentran en una situación vulnerable. Jóvenes con tantas ganas de salir adelante, buscando un futuro, una oportunidad y que se encuentran bloqueados por no contar con permiso de trabajo. Y por otro lado –prosigue–, sentí alegría por ver a cientos de jóvenes exigir sus derechos y vivir con dignidad. Orgullosa por formar parte de la vida de estos jóvenes que tanto me enseñan día a día”.

Y yo hoy precisamente leo esto en la carta de Pablo a Timoteo: “Que Nadie te desprecie por ser joven.(…). Cuídate tú y cuida la enseñanza; sé constante; si lo haces, te salvarás a ti y a los que te escuchan”.

No podemos olvidar que estos jóvenes llegaron a España como menores no acompañados y han estado tutelados por nuestra administración. Se les acoge, se les da formación pero el día que cumplen los 18 años se les abandona dejándolos en la calle. Salen con un permiso de residencia a punto de caducar y sin autorización a trabajar.

Uno de ellos decía que sufren mucho para conseguir simplemente “una tarjeta pequeñita”. Frase que marca a su interlocutora. Tanto sufrimiento por una simple tarjeta de plástico.

Inmigrantes Scaled

Antes de llegar al Ministerio pasaron por la plaza de Cibeles que antaño lucía una pancarta que “se ha caído” que decía “Bienvenidos” a los refugiados. Madrid, como otras ciudades, podría seguir siendo esa ciudad refugio donde las Mesas de la hospitalidad fueran mesas múltiples y compartidas con los no refugiados (mesas que, desde algunas parroquias, se alargan desde el templo y el altar a la calle), o los círculos del silencio (que contradictoriamente expresan así el necesario grito ante la situación de migrantes y refugiados) y que se van repicando en toda España si se trabaja en red, cosa cada vez más imprescindible. Como esa que movilizó esta concentración de la que os hablo.

El actor y poeta Alejandro Ruiz Morillas publicó un poemario llamado ‘Ciudad Refugio’ en el que testimonios directos de personas migrantes se convierten en poemas. “Con el libro he intentado simbolizar o poetizar historias de vida de migrantes que he ido conociendo”, explica este joven activista vinculado a los Círculos del Silencio en Madrid, Vic y Granada y que compartió piso con inmigrantes en el barrio de Carabanchel mientras estudiaba teatro en la capital española.

Lo traigo aquí para cerrar estos testimonios. Un poemario inspirado “de forma directa en el testimonio de personas que dejaron su tierra por la persecución, el hambre, el paro y la guerra… y residen en ‘ciudades refugio’ a quienes no solo les niegan el refugio, sino la misma memoria de la tragedia”, con la intención de “convertir las historias de vida en símbolos que puedan impactar a la población europea y transmitir no solo un sentimiento de rabia sino de esperanza y lucha”. Los poemas evocan conversaciones con personas migrantes en Lavapiés, Vic, el Zaidín, Huelín, etc. Como este, un tanto dolorido y melancólico, que le recojo para cerrar mi humilde aportación para unirme de corazón a la Juventud migrante:

“Al otro lado

—¿Cómo era vivir del otro lado de la frontera?

—No. El otro lado ni siquiera existe.

—Tú cruzaste

—No. Yo solo tengo una vieja foto en la cartera”.

Porque bien sabemos que hay líneas en los mapas y en los reglamentos y leyes –como vallas– que son como cicatrices. Y como él mismo dice y yo me atrevo a acomodar: “Son cicatrices que sangran como trincheras, duelen si las tocas y laten como vida debajo de las piedras, porque son como una declaración de guerra”.

Como esas otras declaraciones también de odio que hieren tanto a la ‘sababia’, palabra árabe que os recuerdo que puede traducirse por ‘juventud’. Y es que un joven sin futuro en Madrid o en el mundo es una frontera cerrada al futuro. Al suyo. Y al nuestro.