Mientras Francisco estaba en Colombia, el pasado sábado 9 de septiembre el Vaticano emitió un nuevo documento legal en su nombre que traspasa la parte fundamental del control sobre las traducciones de los textos del culto católico a las conferencias episcopales locales, lejos del Vaticano. Es una señal clara de la opinión del Papa sobre lo que fue mal tras el Vaticano II, especialmente en el tema de la colegialidad.
Para ser honestos, me siento un poco ruin dedicando esta columna al último punto de inflexión de la era del papa Francisco acerca del poder en la Iglesia, cuando él se encuentra ocupado en Colombia intentando ayudar a aquel país desesperadamente para poner fin a, y recuperarse de, una guerra civil larga y sangrienta. Un conflicto que ha roto familias durante generaciones, ha arrasado regiones enteras, y costado aproximadamente 220.000 vidas. En comparación, quién anda arriba y abajo en Roma no parece interesante.
Pero, para cualquiera que esté al tanto de la historia del catolicismo desde el Concilio Vaticano II (1962-65), algo memorable ocurrió el sábado, y su significación resonará mucho después de que Francisco vuelva a la Ciudad Eterna. (Donde, según parece, las cosas no son tan “eternas” como a veces parecen.)
Mientras estaba en la carretera, el Vaticano publicó un nuevo motu proprio de su parte, que es como un documento legal emitido por su autoridad personal, enmendando el canon 838 del Código Canónico.
Más poder para los Episcopados
Sin detenernos en los puntos legales más finos, en resumen lo que significan los cambios es que, de ahora en adelante, un mayor control del proceso de traducción de los textos para el culto a las lenguas vernáculas se transfiere a las conferencias episcopales, en contraposición al Vaticano, en concreto, en contraposición a la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.
En particular, el edicto limita el papel del Vaticano al final del proceso, cuando las conferencias presenten una traducción para su aprobación. La congregación para el Culto Divino ya no tendrá que presentar una larga lista de enmiendas al texto, sino que tendrá que decir simplemente “sí” o “no”.
Dado que, en la mayoría de los casos, Roma no querrá retrasar una traducción entera, muchos observadores creen que, decidan lo que decidan los obispos al final, eso será lo que admita el Vaticano.
En el apogeo de lo que los católicos anglófonos llamaron las “guerras de liturgia” en los 90 y los 2000, la marea iba en la dirección contraria. Roma consiguió forzar una reforma de la Comisión Internacional del Inglés en la Liturgia (ICEL), un grupo mixto que hace la mayor parte del trabajo de las conferencias episcopales en inglés, incorporando nuevo personal, más del gusto de la Congregación del Culto Divino.
La congregación también creó grupos asesores en diferentes lenguas, siendo el primero la Comisión para el Inglés “Vox Clara” en 2001, y de hecho tomó el control de la traducción final.
El resultado real en inglés fue una nueva traducción de la misa, que, en puntos clave, rompía con el principio post-Vaticano II de “equivalencia dinámica”, es decir, las traducciones que adaptaban de los textos originales en latín de una manera que los traductores pensaban que respondían mejor a las necesidades de los creyentes contemporáneos, a favor de una traducción más leal al latín, que Roma sentía que podía salvaguardar mejor los tesoros doctrinales de la Misa y preservar la unidad del culto católico.
¿Cambia algo?
Seamos claros: a corto plazo, esta decisión no significa mucho. Cuando los católicos vayan a misa hoy, la liturgia será exactamente la misma que el pasado domingo. No obstante, a largo plazo, puede tener implicaciones significativas para la imagen y la solidez del culto católico.
Es bien sabido que el papa Francisco, aunque se toma la misa y otros sacramentos de su Iglesia muy seriamente, no está preocupadísimo por los detalles de los debates litúrgicos. No es el papa emérito Benedicto XVI, para quien la liturgia es su gran pasión personal.
En resumen, uno sospecha que el paso dado el sábado no era fundamentalmente sobre el contenido, sino que era sobre el proceso, y lo que las tripas del Papa le dicen que ha ido mal en el período post-Vaticano II.