Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Sabernos en Buenas Manos


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Una amiga se ha sometido hace poco a una intervención quirúrgica para librarse de unas precoces cataratas y, con ellas, también le han hecho desaparecer las dioptrías que le habían acompañado toda su vida. Después de muchos años llevando gafas, se encuentra que ya no las necesita y me confesaba que se siente extraña sin ellas. Ha sido mucho tiempo presentándose detrás de unas lentes y ahora es como si estuviera desnuda, desprotegida y vulnerable.

Esta anécdota me ha hecho pensar en las muchas maneras en que nos protegemos. Las vivencias que hemos hecho a lo largo de nuestra vida van marcando el modo en que hemos aprendido a relacionarnos con otros, los papeles sociales aprendidos y los roles que hemos asumido sin cuestionarlos. Nos sentimos en un lugar cómodo y conocido en las rutinas y las dinámicas que hemos integrado, por más que estas impidan que salga nuestra mejor versión y no siempre sean señal de salud sino de una vista defectuosa, como las gafas de mi amiga.

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A veces nos pasa como al paralítico en la piscina de Betesda del que habla el evangelio de Juan. Cuando Jesús le pregunta si quiere ser sanado, él no responde con claridad sino con excusas con las que justifica que siga postrado (Jn 5,6-7). Abandonar cualquiera de nuestras muchas “muletas” siempre es complicado, aunque sean inútiles y nos incapaciten para caminar erguidos y con la cabeza alta. Nos cuesta aprender que lo mejor de la vida nos llega cuando nos desprotegemos y cambiamos nuestras aparentes seguridades por la confianza de sabernos en Buenas Manos. Entonces, cuando renunciemos a protegernos tras unas gafas que ya no necesitamos, habremos escuchado la potente voz de Jesús diciéndonos: “Levántate, toma tu camilla y anda” (Jn 5,8).